En la edición anterior, y luego de mi presentación, expliqué las circunstancias y los hechos que me llevaron a escribir el libro "Desde mi Comunidad". Hoy, ofrezco otras páginas de esa realidad "humana" que muestra sus facetas más "inhumanas".
En nombre de mi Comunidad.
Eran las once y media de la noche de aquel último domingo, que era a su vez, el último día de febrero del 2004. José Luis, el Vicepresidente de nuestra Asociación Vecinal llamó por el intercomunicador de mi apartamento: me pedía que bajara porque habían matado a una muchacha en la esquina de la estación del Metro –a una cuadra de distancia de mi residencia –y en la misma cuadra de la suya. Su voz sonaba nerviosa e impaciente. Bajé y nos dirigimos hacia el lugar. Aún había poca información; el hecho era muy reciente.
Pero allí estaba ella, tendida en la acera. Apenas se divisaban sus zapatos y parte de sus piernas enfundadas en un pantalón. Algún vecino caritativo había cubierto su parte superior con una manta, la cual no podía disimular la sangre que brotaba de su cabeza corriendo a lo ancho de la acera. La bala no era para ella; ni quizá para nadie en particular. Era el fruto de la ira de alguien a quien se pretendió coartar su derecho al tránsito por la Avenida grande que diariamente nos une a los caraqueños, y que aquella noche pretendía separarnos por la intolerancia desatada desde un conflicto político.
Era el precio a pagar –el absurdo e innecesario precio –que estipulaba una vez más la exclusión de un grupo de venezolanos, para la inclusión de otro.
Sentí rabia e impotencia mientras oía a los vecinos comentar los por qué, quien era, donde vivía, quien fue. Nada de ello en realidad, importaba ya tanto. Oí decir que era muy joven; tenía poco más de veinte años. Venía de su trabajo; bajó de un taxi, cruzó la calle, y casi al ingresar al edificio en donde arrendaba una habitación para vivir con su hijo de cuatro años, una bala perdida disparada desde un carro que pretendía pasar por entre el fuego, el montón de basura y cauchos quemándose que bloqueaban la Avenida –más las botellas y los objetos que disparaban contra él, los organizadores de la “guarimba” –rebotó en una de las paredes y se incrustó en su cabeza. Me pregunté quien y cómo iba a explicarle a aquel niño de cuatro años que no la esperara más, porque ya no tenía madre..!
Traté de imaginarme su rostro a través del de mi hijo que tiene apenas el doble de su edad. Y me dieron ganas de llorar. ¡Me di cuenta una vez más que soy un cagón cuando veo un niño llorando! Pero no me arrepiento por ello. Imaginé una vez más, en carne propia, el odio y la impotencia que puede sentir un ser humano, ante la injusticia contra un ser amado. En realidad, que poco vale para los humanos esa vida humana que pretendemos reivindicar, haciéndola rehén de nuestra intolerancia, nuestro odio, nuestra frustración, y nuestro salvajismo desatado a la hora de reclamar nuestros derechos, sin averiguar si los demás también tienen los suyos..!
Aquella joven madre, yaciendo allí sobre la acera inhóspita y fría de la Avenida Francisco de Miranda, y su joven hijo esperándola unos metros más arriba para dormirse en el calor de sus brazos que no pudieron llegar, no entendían de revoluciones ni de odios: ¡su relación únicamente era de amor! Y como estos casos nunca tienen culpables ni dolientes que el tiempo no pueda exonerar, asumí la vergüenza –en nombre de la revolución y de la contra- revolución –por los intolerantes de mi comunidad!
¡Somos, la Humanidad!
Los pueblos de las quince repúblicas que ayer formaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, ansiaban desesperadamente su independencia; hoy, no saben que hacer con su libertad! Sólo piensan en cobrarse antigüas revanchas y rencillas tribales. Se matan con saña unos a otros, sin importar que sean niños, mujeres o ancianos los que paguen las mayores consecuencias. ¡Únicamente tres de ellas –tras doce años de “libertad” - han abrazado la democracia! Y es que no estaban acostumbrados a vivir así, tan libres.
Ahora se dan cuenta de que la libertad es más exigente aún que el totalitarismo; porque en el totalitarismo la responsabilidad está concentrada en unos pocos, mientras que en la democracia, es la tarea de los muchos..!
Lo mismo sucedió cuando la India obtuvo, al fin, su anhelada independencia del Imperio Británico. Pretendiendo respetar y dar cabida a las dos grandes corrientes ideológicas, filosóficas y religiosas imperantes en los 400 millones de seres que poblaban aquellos territorios - se decidió la partición - formando así dos nuevos países independientes: la India y el Pakistán. ¿Qué más querían? ¿Querían un país? ¡Obtuvieron dos! Pero así como aquel 15 de agosto de 1947 fue, para muchos el día de júbilo mas grande en sus vidas, fue para otros la liberación de una intolerancia -producto de odios reprimidos - que produciría la más salvaje matanza entre seres humanos.
Ni sus Dioses ni sus religiones, sirvieron para mucho entonces. Lo mismo sucede con el viejo conflicto entre Israelíes y Palestinos, donde unos y otros prefieren seguir regando las vísceras de sus muertos, antes de entregarse a una solución negociada que -inevitablemente debe pasar por la ONU - para no seguir siendo pasto de los grandes buitres históricos que han alimentado sus arcas y sus apetencias personales, con la carne y la sangre de un Cristo que debería ser para todos. Afganistán, no es hoy por hoy mucho más que un pedazo de tierra quemada. La violencia, cosechó más violencia. Iraq, ha sido nuevamente el campo de lucimiento para tanta tecnología armamentista, con el único fin de que una nación asustada, de la mano de un pequeño bravucón intolerante, limpiara el hedor de una podredumbre interna desbordada, diciéndole al mundo : “nosotros somos los amos: los que no están conmigo están contra mí”. ¡Da risa, aunque produzca dolor!
Frente a este panorama, algunos profetas del desastre siguen augurando una conflagración mundial: un acabóse de la Humanidad.
No hay un rincón del planeta en donde no se reclame la ausencia de líderes capaces de resolver los grandes conflictos humanos. Pero; ¿y quién crea esos atroces conflictos, esas luchas fraticidas, esas barbaries humanas que hacen palidecer al resto del reino animal? ¡La misma humanidad! El mismo ser humano que ama con locura, destroza con saña; el mismo ser humano que construye con pasión, destruye sin compasión. Ningún planeta nos ha invadido todavía. ¡Nuestras guerras y asesinatos los producimos nosotros mismos! ¡Nos compadecemos frente al desgarrante dolor de una madre a quien le hemos matado su hijo, y lavamos luego nuestras culpas arrodillándonos y pidiendo el perdón y la bendición a un venerable anciano que – a miles de kilómetros de distancia – no puede ya ni levantar su mano! Somos, sin duda, la contradicción. Portadores de lo mejor, y lo peor. Somos, la Humanidad.
Seamos “mejores”; no “perfectos”.
¡Somos, la humanidad! Y dentro de esa humanidad que convive con su proceso de auto-destrucción y construcción constante, tenemos también los ejemplos necesarios para exclamar de vez en cuando: “¡qué hermosa es la humanidad!” Esa parte de los humanos, que es la que le da su razón de ser. No somos perfectos; pero nadie nos exige que seamos perfectos; se nos exige que seamos “correctos” y se nos invita a que seamos “mejores”. En todo caso, ése es el desafío: ser mejores, no ser perfectos. La perfección no existe, más allá de nuestras percepciones.
Como tampoco existe el “cero defecto”. Existe el mejoramiento continuo. Y para eso trabajamos los que queremos un mundo mejor para nuestros hijos. Por todos lados tenemos ejemplos de abusadores, malandros, malos gobernantes y corruptos, pero también los tenemos de gente abnegada, honesta, servicial, con convicciones y valores innegociables. Son los que construyen día a día sobre lo que los demás destruyen. He conocido y conozco a muchos de ellos. Desde excelentes empresarios que ganan fortunas - y ayudan a otros a ganar la suya - hasta simples obreros contratados por una Alcaldía, que ganan una miseria y apenas pueden ayudar a su familia. Profesores, médicos, maestras, policías, compañeros de dirigencia vecinal, hasta vecinos y amigos, imposibles de enumerar. Son cientos de veces más los recordables que los olvidables! Cada uno de los primeros, vale por 100 de los segundos.
Estoy seguro que ustedes también conocen a muchos, de los unos, y los otros. De ahí, debemos elegir a nuestros líderes. No de la complicidad y el clientelismo. El liderazgo hay que ganarlo; y para ello, hay que cultivarlo. Debemos apostar al éxito como una cultura a través de la cual trascender como sociedad. Debemos desterrar las fórmulas simplistas y revanchistas, nacidas de nuestra incapacidad para responsabilizarnos por las soluciones. Desterrar el “si yo no puedo, tú tampoco”. La crítica fácil, artera y mal intencionada. ¡Ayudemos a los demás ha hacer su trabajo para que de él nos beneficiemos todos! ¡Pongamos a los mejores donde necesitamos a los mejores! ¡Cultivemos el éxito, no el fracaso! Y cultivemos los Líderes: ¡es la única forma de poder aspirar, a un mundo mejor!
Comienza el show!
Los políticos lo saben. El pueblo también. El libreto siempre es el mismo. La televisión monta el show: enciende los reflectores, busca el personaje y lanza su periodista estrella a la arena pública buscando la controversia. El o la favorecido/a con ese instante de figuración estelar, será quien grite más fuerte y más duro. Si es mujer, mejor. Si es de color, mejor. Si proviene de un barrio humilde y su reivindicación es popular, mejor. ¿Tiene un niño en sus brazos? ¡Sensacional!
Esta vez se trata –una vez más – de la protesta de una Asociación de Vecinos contra un grupo de buhoneros y vendedores informales que han poblado la salida del Metro y las aceras de sus calles. Impiden el tránsito de peatones y vehículos, fomentan el caos y la anarquía, y atraen a la delincuencia. La urbanización está indignada. Los invasores –representados por una morena gorda con un niño en los brazos y tres en el piso, grita reclamando su derecho al trabajo; y vaya si lo tienen¡! ¡Pero que forma de lograrlo! Ayer, fue un grupo de invasores de un edificio desocupado en pleno centro de Caracas que argumentan no tener vivienda y tener derecho a tenerla: ¡claro que lo tienen! ¡Y vaya forma de obtenerla! Antes de ayer, se trató de una joven madre habitante de un cerro, cuya hijita de dos años fue muerta por la bala perdida de una lucha de pandillas, que decidió alojarse en su casa. Ella no grita; solo llora. La que grita es una vecina previendo que la próxima bala le pueda tocar a uno de sus hijos. Todos saben quienes fueron; pero la justicia es ciega en Caracas. ¡Los derechos humanos son tan importantes, que protegen al más inhumano!
- ¡Hoy me la devoro! - piensa la periodista. Jovencita ella y tan chillona como la entrevistada. Salió del grupo de camarógrafos y ayudantes como impulsada por un resorte en cuanto detectó al personaje estrella. Las preguntas van simples y directas como los misiles gringos a Irak: buscan penetrar en lo más sórdido de la cuevas humanas para descubrir al traidor. Será el Presidente con sus promesas de soluciones sociales incumplidas (y en lo posible regaladas), el Alcalde de turno por las obras no realizadas, el, o la, Ministro de tal o cual cosa por la crisis desatada. Siempre hay un malo, y siempre hay un bueno. Eso es lo bueno, para armar el show.
La periodista cierra su nota y se despide: Desde cual lugar, fulana de tal….El Manipulador. Este es el común denominador de los noticieros televisivos venezolanos. Quizá también de otros países, pero especialmente del venezolano. Pero es también – y esto es lo grave –el común de los conflictos diarios de la convivencia entre los venezolanos. La sociedad civil, y especialmente las Asociaciones de Vecinos, son los que reciben las bofetadas diarias de estos atropellos a la convivencia ciudadana. Se arman de paciencia y de tolerancia; también de bronca e impotencia. Denuncian una y otra vez. No están dispuestos a perder su calidad de vida. La que todos los políticos les prometen. Y la que ninguno les da. Es una lucha sin cuartel. Día tras día. Su lucha no tiene precio, porque nadie les paga nada. Son el último baluarte de una sociedad cuyas autoridades no se atreven a enseriar; quizá por que ello sería, enseriarse a si mismas.
Un mundo de intolerantes..
“Lograr un pedacito de felicidad nos cuesta tanto,
que por ello mismo nos hace tan felices”.(argenta)
La paz y el amor, son los más bellos sentimientos de los que pueda disfrutar el ser humano! Por qué entonces son los más difíciles de alcanzar..? Alguien me dirá: “Precisamente, porque son los más bellos, son los más difíciles de alcanzar. Y porque para alcanzarlos se requiere un supremo ejercicio de maduración; y el ejercicio de la maduración es mucho más complicado que un ejercicio para adelgazar!”
Recordemos aquel sabio proverbio chino: “La flor que florece en la adversidad, es la más rara y hermosa de todas”. Entonces, quizá deberíamos comenzar por identificar las principales razones por las cuales nuestro “humano ser” no logra alcanzar esos supremos objetivos. Dentro de ellas, sin duda está la intolerancia. ¿No sabemos o no queremos ejercitar esa virtud tan útil, tan necesaria y tan bella que es la tolerancia..? Mi buen amigo y fiel compañero, el gordo Larousse ilustrado, a quien suelo recurrir frecuentemente para iluminar, ampliar, o aclarar esos conceptos que damos por tan sentados -y a menudo utilizamos tan mal - me aclara nada menos que: “la virtud más útil en la vida social, es la tolerancia.”
No me equivoqué. Cuál puede ser el peor enemigo de la paz y el amor entre seres que han sido creados para convivir en comunidad -como los humanos -que la intolerancia? Cuántos “Tratados para la Paz” han sido firmados por la humanidad después de las dos Guerras Mundiales? Y cuántos “Contratos de Amor” entre seres humanos se firman ante un juez y un cura, cada día, cada semana, cada mes, y cada año..? Cuántos de ellos han perdurado y han sido útiles y beneficiosos para la humanidad..? En uno de los recientes informes elaborados por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS) de Londres, se establece que la multiplicación de conflictos en el mundo “hace que la ONU padezca para conseguir tropas (para operaciones de mantenimiento de la paz), de todos los países, no sólo de las grandes potencias, aún cuando hay un mandato en ese sentido...”
“En este período - agrega el IISS - los conflictos y guerras civiles continuaron sin cambios, en Africa, en el sudeste asiático (particularmente en Indonesia), en América Latina (sobre todo en Colombia), y en Medio Oriente, donde el proceso de paz está empantanado.” Conste que en este informe no se contabilizaban todavía los nuevos hechos acaecidos durante el año 2001 y lo que va del 2002, con la radicalización de los conflictos surgidos posteriormente al 11 de setiembre del 2001 (ataque terrorista a las torres gemelas de EE.UU.); contra-ataque ciego al ya arrasado Afganistán; invasión de EE.UU. a Iraq; rompimiento de los diálogos de paz entre el Gobierno Colombiano y las FARC; y el recrudecimiento brutal de los enfrentamientos entre israelíes y palestinos..!!
Actualmente -proseguía el informe - según el Instituto, hay en marcha en el mundo 14 operaciones de mantenimiento de la paz, con un componente de 28.900 soldados de 38 países (hace un año había 9.123 soldados). Por otra parte, países como Corea del Norte por ejemplo, tienen dispuestos y a la orden, ejércitos de mas de 1 millón de soldados, prestos a defender su soberanía, su ideología, o su innegable - equivocado o no – derecho a permanecer y convivir en nuestro “condominio” tierra.
Otro dato interesante, y sin duda paradógico, es que precisamente el país que más aparece en la prensa mundial como interesado en resolver estos conflictos (EE.UU.), es el mayor exportador mundial de armas, acaparando más del 49 % de las ventas totales. ¿Curioso, verdad..? Curioso tratamiento de la tolerancia, a través de los métodos y elementos que fomentan la intolerancia! Por que el ejercicio de la tolerancia es, según el significado que le da mi buen amigo el gordo Larousse :”Indulgencia, respeto y consideración hacia las maneras de pensar, actuar y de sentir de los demás, aunque éstas sean diferentes a las nuestras.” Es un ejercicio difícil y complicado. Y no está exento de poseer un componente de transacción, a través del cual los distintos involucrados quieren ganar algo para sí.
¿Quien dijo que el amor es gratis?
Hasta en una relación de pareja, en donde la sensibilidad de la palabra amor nos hace olvidar a veces que ella implica una transacción ganar -ganar, hay también una exigencia: “yo necesito algo de ti y tú necesitas algo de mí.” Tú me das algo que yo necesito: comprensión, estabilidad, confianza, sexo, piel, ternura, compañerismo, sentido de posesión, trascendencia, etc. etc. (agreguen ustedes lo que se les ocurra), y yo te daré de todo esto, lo que tú necesites.” Y lo que fundamentalmente mantendrá luego viva, unida, y encendida esa relación, será la tolerancia. La tolerancia es parte del amor; y es el precio a pagar, por una convivencia feliz. La intolerancia, en cambio, es la que carcome, destruye y hace inviable, cualquier proyecto común entre los seres humanos. Ya sea en una empresa comercial; un proyecto país; una familia; o la convivencia comunitaria, la tolerancia es en buena medida, la madre del éxito! Increíblemente, no obstante, vivimos cada día más, en un mundo de intolerantes!
¿Qué nos lleva a ello? ¿La arrogancia, la mezquindad, el egoísmo? Quizá; pero en definitiva, todo ello implica una sola cosa: inmadurez! Inmadurez en nuestra forma de tratarnos; en nuestra forma de escucharnos; en nuestra forma de entendernos! No ponemos suficiente voluntad, en algo que es tan necesario y simple de entender. ¡Ni el amor ni la felicidad, son gratis!
La vida, no vale nada.
“La vida, también es un bien no renovable”.
Un fin de semana como tantos, aquí en Caracas, una bala entró sin pedir permiso a la casa de Yadira Toro y Angel Sabino, en Turumo, y se incrustó en el pecho de Nairobi, una bebé de dos años de edad. “Mira, mami” -le dijo inocentemente a su mamá, mostrándole su manita ensangrentada. ¡Claro, qué iba a saber ella lo que era la muerte! Antes de morir, le pidió la bendición a su padre, quien recién regresaba de su trabajo.
Pero Mildred Willmary Torrealba, de seis años, no tuvo tiempo siquiera para pedir la bendición. Cayó de un balazo, a las 8:15 p. m. del domingo cuando regresaba a su casa en la parroquia El Valle, con sus padres. Y como para probarle al mundo entero lo que significa ser un Policía Metropolitano en Venezuela, ese mismo domingo unos distribuidores de droga emboscaron en la parroquia Sucre a una comisión de la PM, y mataron de un balazo en el pecho a la agente especial Yetsi del Carmen Colina Martínez de 27 años de edad. Al mejor estilo de Chicago, hasta con dos pistolas cada uno, le dispararon los delincuentes. Con ella sumaban 10 los metropolitanos muertos.
Las cifras oficiales de ese fin de semana, nos hablan de 108 homicidios en 60 horas! Todo un récord! 1,8 personas mueren cada hora en Venezuela por el hampa común! Parecería ser éste el país del mundo civilizado, al cual menos le importa la vida de sus habitantes. Que la guerra en Chechenia durante octubre del 99 y diciembre de 2002 haya producido bajas de 4.572 muertos y 15.549 heridos; que la de los israelíes y palestinos haya cobrado entre 1987-1993, 1.753 muertos, y la actual el doble; y que el conflicto con la guerrilla colombiana se lleve unos cientos más cada año, son apenas pálidas referencias de la verdadera “guerra civil” desatada en Venezuela por la delincuencia común.
Hablar en los últimos años de 7, 8 y 11.000 homicidios anuales, parecería ser que ya superó la capacidad de asombro, tanto de los venezolanos, como también la de sus países amigos y cuanto organismo internacional pueda haber por ahí interesado en estos temas. Aquí en Venezuela, existe la mayor democracia para los delincuentes, y la más celosa defensa para sus Derechos Humanos. Se puede matar policías, comerciantes, transportistas, ciudadanos comunes, y aún niños y bebés. La delincuencia no hace diferencias entre clases sociales, raza, oficio, color, ni edad.
La sociedad toda, y en especial las Asociaciones de Vecinos, pusimos el grito en el cielo denunciando los crímenes que todos los días ocurren frente a nuestras narices. Pero hoy vivimos más preocupados por el conflicto en la Mesa de Negociación y Acuerdos, que de que cada día sigan cayendo nuestros vecinos como moscas, producto de las balas alegres de la delincuencia. Seis Ministros del Interior han pasado por este actual Gobierno. A ninguno le ha importado mucho el tema de la inseguridad personal. ¡La miopía de la lucha política, no deja ver el clamor de los ciudadanos!
Y el mundo se pregunta porqué en esa mesa de Negociación y Acuerdos, no se acordó –antes que nada – proteger la vida de los venezolanos. ¡Aquí, en Venezuela, la vida no vale nada!
argenta 19.02.03
(Artículo publicado en la prensa, y luego en el periódico mensual Asoinformativo (Septiembre, 2003) de la Asociación Vecinal, Asodonbosco.)
¡Hasta la próxima semana!