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Tuesday, December 16, 2025

 Matar un ruiseñor...


Al finalizar un año más, y comenzar uno nuevo, me permitiré solicitar, tanto al Santa Claus de los regalos navideños, como a los generosos Reyes Magos, que traerán aún más regalos para nuestros hijos y nietos (me gusta llamarlos nuestros ruiseñores) que además de tantos regalos para ellos, nos traigan, a los mayores, unos minutos de reflexión, sobre nuestra responsabilidad para traerlos al mundo, y criarlos.

Un ruiseñor es un ave pequeña, famosa por su canto melodioso y hermoso, que ha inspirado mitos y literatura, simbolizando amor, anhelo y compasión, aunque también simboliza un ave común que enfrenta amenazas por la alteración de su hábitat. E inspirado en él, nace una novela de 1960 de la escritora estadounidense Harper Lee, “Matar un ruiseñor”, más tarde llevada al cine, donde el ruiseñor simboliza la inocencia y la injusticia.

El título de la novela remite a una frase de uno de los principales protagonistas, dirigida a su hijo, para expresar lo valioso de la vida y le dice “que no emplee su escopeta para matar a seres vivos que no han hecho ningún mal ni lo pueden hacer, puesto que es un pecado «matar a un sinsonte”. (En alusión a un ruiseñor) Y es que, lamentablemente, cada vez que matamos a un niño en nuestras sociedades, matamos un ruiseñor; un ser vivo que no ha hecho ningún mal ni lo puede hacer, porque ni siquiera tiene la capacidad ni los motivos para hacerlo. Pero que, al igual que el ruiseñor, enfrenta las amenazas de la alteración del hábitat en el cual se cría.

Y quiero hoy referirme a dos últimos casos, en especial. Lamentablemente, en nuestro pequeño y hermoso Uruguay, tenemos demasiados ruiseñores muertos, debidos a la alteración de ese hábitat en el cual les ha tocado vivir. Alteraciones injustas, desmedidas, desproporcionadas, producidas por quienes les dieron la vida, y deberían protegerlos pese a todo, y contra todo; menos, contra ellos mismos.

Hemos tenido varios casos de compatriotas que -pretendiendo demostrar su apego hacia ellos -y a su vez tomándolos de rehenes de un conflicto familiar mal resuelto, son sus ruiseñores los que pagan las consecuencias. En septiembre, del 2025, tuvimos quizá el último y doloroso caso de un padre que -enojado con la madre de sus ruiseñores – los raptó y los mató. “No me puedo ir del mundo sin ellos”, fue el grito de guerra contra su excompañera y madre, con quien había estado durante 13 años, y tratando de exculpar su miserable venganza.

El asesino violó la restricción de acercamiento a su ex pareja para llevarse a los niños, en su auto, y hundirse junto a ellos en un arroyo. Un hombre joven, quien en un audio de WhatsApp contó que se intentó suicidar varias veces. El caso fue catalogado como violencia vicaria, que se da cuando un hombre daña a sus hijos para generar un dolor a la madre. Y bueno por lo menos descubrimos un nuevo virus para ponerle un nuevo nombre “violencia vicaria”. Andrés Morosini, el padre de los dos niños, tenía 28 años. Sus ruiseñores, Alfonsina y Federico, tenían seis y dos años.  

Las pericias muestran que el padre había frenado el auto antes de llegar al arroyo y se tiró con las ventanillas abiertas, permitiendo que ingresara agua al vehículo y que los menores no pudieran escapar. ¡Fue una especie de ejecución ilegal, sin juicio previo, ni defensa, ni oportunidad de expresar sus derechos y sus voluntades!  Los hijos, en estos casos, son como bienes materiales utilizables a discreción, según las motivaciones personales del ejecutor.

El segundo caso, y el que me motivó hoy, a insistir en el tema, refiere a un desgraciado evento ocurrido recientemente (10.12.2025) en nuestra querida República Argentina, y la escalofriante carta de un padre antes de matar a su hijo de 4 años, aclarándole a su madre, que “Nos vamos con Fran”. En la localidad argentina de Coronel Suárez, Gustavo Suárez, de 48 años, paró su camión sobre la banquina, llamó a su esposa, Daiana García, para decirle que asesinaría al hijo de ambos, y, cumpliendo su amenaza, le dio un balazo a su ruiseñor, y luego se mató.

La mujer llegó a llamar a la Policía, que ubicó el vehículo, pero al ingresar notaron que Suárez  ya estaba muerto, y Francisco herido de gravedad. El niño llegó a ser internado en un centro hospitalario, pero falleció pocas horas después.  Antes del hecho, Suárez había dejado una carta que fue encontrada por los efectivos policiales dentro del camión. “Nos vamos con Fran, así estás tranquila como lo decidiste”, dice el comienzo del texto dirigido a la madre del menor. A su vez, Suárez indicó: “Lo único que quería era ver a mi hijo crecer feliz con su mamá y papá y con un hermanito”.  “Me voy con mi bebé Francisco [porque] le prometí cuidarlo siempre y así lo haré”. 

Bueno, ¡vaya forma de cuidarlo; simplemente matarlo, sin siquiera darle la oportunidad de poder decir un “te quiero, pero no me mates, porque estás demostrando que en lugar de quererme a mi, te querés más a vos mismo, y a tus errores”.  Lo más lamentable, es que Gustavo Suárez, expresaba a su esposa, que “Vos no lo vas a volver a ver nunca más, vos te lo perdiste”, e incluyó, en varias ocasiones, “el que ríe último, ríe mejor”. ¡Vaya! ¿Reír mejor por matar a un ruiseñor?

¡Cruel; verdaderamente cruel! Es evidente que, en cualquiera de los dos casos citados, eran mentes alteradas por conflictos familiares entre parejas que ellos mismos crearon.  No pretendo hacer una crítica ni una acusación personal a esos seres desequilibrados. Sería inútil. Ellos no lo entenderían, ni tampoco lo aceparían. Además, ya no están. Nos dejaron su doloroso legado, y pretendieron liberarse de culpa, eliminándose ellos también.

En todo caso, estas reflexiones pretenden ser, también, además de un llamado desesperado a quienes cegados por su resentimiento, cobran la vida de sus inocentes, una advertencia a nuestras sociedades, para que, recordando lo que el abogado Atticus Finch, en la novela, le aconsejaba a su hijo, “no empleen su escopeta -cargada de odio e intolerancia - para matar a seres vivos que no han hecho ningún mal ni lo pueden hacer, puesto que es un pecado «matar a un ruiseñor”. Y lo pido especialmente, recordando también, a aquellos genocidas que mataron miles de niños inocentes durante el holocausto judío, en Alemania, como a quienes hoy matan a otros miles de niños inocentes durante el holocausto palestino, en Gaza.

Matar un inocente ruiseñor; ¡es reivindicar la vergüenza humana, por no saber, ni querer, ni aceptar, convivir entre seres humanos! ¡Que los perdone Dios; yo no puedo!

 

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