La trompeta de Martín.
Por un país con muchos niños trompetistas!
Y en ellos concentramos pues la mayor parte de nuestra atención, convencidos de la necesidad de establecer urgentes e indispensables políticas de prevención. Con la ayuda de docentes, psicólogos, penalistas, sacerdotes y especialistas, concluimos en que el deporte, la música, la lectura, el entretenimiento sano y constructivo en espacios adecuados, y los programas de formación con inclusión de valores, constituyen los vasos comunicantes con aquellos quienes, por acentuadas carencias y vacíos familiares, resultan prisioneros del resentimiento, y pasto del “pecado de la envidia”.
El “pecado de la envidia”.
Martin, Joaquín, y la trompeta.
Por ello, más allá de pensar en la edad para recluirlos y hacerles pagar una pena mayor, ¿no sería más conveniente, pensando en el ejemplo del Maestro Abreu y su Orquesta Juvenil, y de Martín y su trompeta, replicar la iniciativa del exitoso Plan Ceibal entregando esta vez, a cada niño una trompeta..? Y muchos profesores, claro, para enseñarles a tocarla.. Quizá sería la forma de contar en el futuro con más trompetistas que “trompetas”!
Hace pocos días, estando de visita en casa de mi hermana, en Uruguay, y mientras compartía con ella unas reflexiones en torno al polémico y actual tema de la inseguridad personal, un hecho desconocido por mi dentro del ámbito familiar, llamó poderosamente mi atención. En otra sala de la casa, mi sobrino Martín entretenía con su característica paciencia a los dos nietos de mi hermana, sus sobrinos mellizos de cuatro años de edad, Joaquín y Federica, quienes eligen pasar en su casa de viernes a sábado, luego del colegio. De pronto, fui interrumpido por la agradable melodía de una trompeta que interpretaba el viejo tema de los Beatles “Yesterday”. Mi asombro fue adivinado por mi hermana ante mi mirada de interrogación. –“Es la trompeta de Martín –me explicó sonriendo –a los chicos les encanta y Joaquín (el varón de cuatro años) siente fascinación por aprender a tocarla”.
Joaquín con la trompeta de Martín.
Mi atención se vio doblemente sacudida ya que, por un lado no sabía que Martín dominara un instrumento tan hermoso pero difícil como la trompeta, y no recordaba tampoco que nadie me comentara que estaba tomando clases particulares al respecto. Pero mi hermana me iluminó la oscuridad. “No, no tomó clases particulares –me aclaró –simplemente lo aprendió durante el período escolar, ya que hay una Escuela Infantil de Iniciación Musical que durante cuatro años les da formación gratuita en música y conocimientos culturales sobre arte, letras y otros temas. Al principio –continuó mi hermana - como a todo chico le costó decidirse e identificar el instrumento que más le gustara aprender; pero lo fui motivando, sin presionarlo, a que asistiera a unas clases de prueba ya que la música es una hermosa forma de expresarse y relacionarse con las demás personas. Y después de unas primeras sesiones, y gracias al excelente profesor, Juan Fuchs, que lo animó mucho, le tomó el gusto a la trompeta, y hasta llegó a tocar en el Teatro Solís con una orquesta”. Recién retornado al país, después de dieciocho años viviendo en Venezuela, desconocía que dentro de los planes oficiales de enseñanza se fomentara algo tan motivador como trascendente en la formación de un niño.
“Pero no es solo eso – continuó mi hermana, quien fue maestra y Directora de una escuela pública hace unos pocos años –¡no te imaginas los hermosos coros y orquestas juveniles que existen en los planteles escolares uruguayos!” Me quedé pensando: la trompeta motivó a Martín y Martín motiva hoy a Joaquín. No pude menos que recordar los éxitos del Maestro Abreu y la Orquesta Sinfónica Juvenil venezolana, que ha recorrido invitada especialmente, todo el mundo, y sigue creciendo transformada ahora en sistema, en su obra de reclutar y formar niños en situación o con probabilidades de riesgo, en músicos de excelencia que constituyen un orgullo para su país.
“Pero no es solo eso – continuó mi hermana, quien fue maestra y Directora de una escuela pública hace unos pocos años –¡no te imaginas los hermosos coros y orquestas juveniles que existen en los planteles escolares uruguayos!” Me quedé pensando: la trompeta motivó a Martín y Martín motiva hoy a Joaquín. No pude menos que recordar los éxitos del Maestro Abreu y la Orquesta Sinfónica Juvenil venezolana, que ha recorrido invitada especialmente, todo el mundo, y sigue creciendo transformada ahora en sistema, en su obra de reclutar y formar niños en situación o con probabilidades de riesgo, en músicos de excelencia que constituyen un orgullo para su país.
Otra vida, otras experiencias..
Y recordé a su vez mis vivencias en Venezuela; las innumerables reuniones en las cuales participé como representante vecinal, en Comisiones especiales con autoridades gubernamentales, municipales y policiales, buscando y aportando ideas, reflexiones y soluciones, para el mayor flagelo que azota hoy la sociedad venezolana: la delincuencia. El tema de la adolescencia y su enorme incidencia dentro de la problemática social delictiva venezolana, dado el muy alto porcentaje joven de su población, es conmovedor, y a su vez, aterrador. Son más de 13.000 homicidios anuales los que enlutan los hogares venezolanos, la mayoría de ellos producidos y sufridos, por jóvenes que no llegan a la mayoría de edad. Ni en las más encarnizadas guerras del oriente medio, se llega a estas cifras! La precariedad económica y social de los miles de ranchos venezolanos, son el espejo de la exclusión y el caldo de cultivo para la frustración, el resentimiento, y la violencia. Estos chicos, al no tener una trompeta, empuñan una pistola.
Y en ellos concentramos pues la mayor parte de nuestra atención, convencidos de la necesidad de establecer urgentes e indispensables políticas de prevención. Con la ayuda de docentes, psicólogos, penalistas, sacerdotes y especialistas, concluimos en que el deporte, la música, la lectura, el entretenimiento sano y constructivo en espacios adecuados, y los programas de formación con inclusión de valores, constituyen los vasos comunicantes con aquellos quienes, por acentuadas carencias y vacíos familiares, resultan prisioneros del resentimiento, y pasto del “pecado de la envidia”.
El “pecado de la envidia”.
En un interesante programa que vi por esos días en el canal History Chanel, se extraían valiosas reflexiones para comprender y explicar el comportamiento social de los “antisociales”. Las investigaciones abordaban conclusiones polémicas como éstas: “Creamos personas competitivas que sean consumistas, a través del “pecado de la envidia” –explican los investigadores – y éste se transforma así en el promotor de no menos de las dos terceras partes del consumo, y por tanto de la misma economía del país. Pero no prevemos el costo social de estos actos. Sin él, quizá no hubiera habido progreso –concluye - y posiblemente con él, tampoco nunca haya paz”. O sea, el “pecado de la envidia” muy desarrollado en nuestras sociedades, y particularmente exacerbado entre quienes tienen menos oportunidades de tener y “competir” con los demás, se transforma entonces en un dinamizador de la economía, del progreso, y de la modernidad, pero también en el más peligroso enemigo de la propia humanidad.
Martin, Joaquín, y la trompeta.
En Uruguay se discute en estos momentos la baja en la edad para la imputabilidad de los menores y aumentar la pena de la reclusión al doble de lo establecido. Objetivamos con ello la edad, como punto de partida para la cura de una enfermedad social que –al igual que el tan promocionado tema de las gripes originadas por los virus de la “influenza” –extiende su influencia propagando sus nefastas consecuencias al resto de la sociedad. Nos centramos en los años de vida; ¿12, 14, 16, 18?, para imputar penalidades, pero no en los años “vividos” para identificar el cómo y el por qué, estableciendo causas y responsabilidades. A estos infantes atrevidos, desestructurados socialmente, y que ya a su corta edad coquetean con los hábitos de la delincuencia, en Uruguay los llamamos “trompetas”. Desestimamos así la influencia de los factores sociales que originan y propagan esa enfermedad. La gran pregunta para mi, es la siguiente: desde el momento en que reconocemos que son “niños”, o sea que ni siquiera han ingresado al estado mental suficiente para comprender y menos aun compartir, deberes, principios y valores, que fijan conductas de convivencia adoptadas –pero no siempre respetadas -por los adultos de la sociedad, ¿de quién es la verdadera responsabilidad? De quien es la responsabilidad por inducirles hábitos y excesos de consumo que conllevan al “pecado de la envidia”, en un ámbito familiar y social pauperizado?
Por ello, más allá de pensar en la edad para recluirlos y hacerles pagar una pena mayor, ¿no sería más conveniente, pensando en el ejemplo del Maestro Abreu y su Orquesta Juvenil, y de Martín y su trompeta, replicar la iniciativa del exitoso Plan Ceibal entregando esta vez, a cada niño una trompeta..? Y muchos profesores, claro, para enseñarles a tocarla.. Quizá sería la forma de contar en el futuro con más trompetistas que “trompetas”!
Argenta,
Agosto, 2009