Uruguay; ¿Socialismo emocional, o complicidad irracional?
Sin
duda, datos más que alentadores que indican que los uruguayos que quedaron en
el país, han hecho muchas cosas bien. Pero frente a estos destacables esfuerzos
por crear y redistribuir riqueza, mejorando la calidad de vida de la población,
luce deprimente ver aún a tantos compatriotas que noche a noche duermen en la
calle, arropados en mantas sobre las aceras, o metidos dentro de cajas de
cartón. Lamentable por ellos, que se sientan excluidos en momentos en que la
sociedad toda hace grandes esfuerzos por incluirlos, incluso brindándoles generosos
programas sociales, y hasta refugios adecuados.
O
esa otra de veinteañeros hurgando en la basura sin mayor compromiso ni ambición,
en momentos en que el país ha registrado un nivel de desempleo de los más bajos
de su historia, y con déficits de mano de obra en algunas de sus actividades.
Lamentable
que estos seres humanos, muchos de ellos jóvenes y en edad de trabajar, se conformen
con pedir “un peso”, un pedazo de pan, o unas monedas, que lejos de
significarles una solución para el futuro, son el engaño momentáneo que les
impide enfrentar su realidad. Y pienso que el Gobierno tiene una especial y
comprometida responsabilidad, que no es la de seguirlos engañando con dádivas
que los ayuden a seguir viviendo en la miseria, sino exigiéndoles que asuman el
reto de su superación, en respuesta al esfuerzo que por ellos realiza la
sociedad. Lo demás, en lugar de “socialismo”, es simple complicidad.
Y lo demuestran, además, las experiencias de todos los países hermanos que, a partir del nuevo siglo XXI, se denominaron “progresistas”. Ni Brasil, ni Argentina, ni Venezuela, ni Honduras, ni Nicaragua, ni menos Cuba, han logrado darles una mejor calidad de vida a sus habitantes. Algo que sí, logró Uruguay, aunque muchos de los uruguayos no sepan reconocerlo ni aceptarlo. Porque hemos hecho del quejido y del reclamo, un deporte nacional.
Hasta
el punto de que seguimos admirando el modelo económico cubano -y copiado por Venezuela
- aun cuando ya en agosto del 2010, el ex presidente Fidel Castro, entrevistado
en La Habana por el periodista estadounidense Jeffrey Goldberg, y consultado sobre
el éxito del modelo económico, afirmó: "El modelo cubano no funciona,
incluso para nosotros".
Y
es que Cuba ya prometía reformas estructurales desde el año 2007. Pero nunca se
concretaron. En julio, 2009, el presidente Raúl Castro anunciaba un nuevo
ajuste en la precaria economía cubana y exigió más eficiencia en reparto de
tierras y producción de alimentos, al conmemorar el 56 aniversario del asalto
al cuartel Moncada. (¡Como si ésta no fuera tarea del Estado..!) Castro pedía a
los cubanos que trabajen y produzcan más, asegurando que los alimentos son un asunto de "seguridad
nacional", y primera prioridad, por encima de las consignas políticas. "No
es cuestión de gritar ¡patria o muerte! ¡abajo el imperialismo!... Y la tierra
ahí, esperando por nuestro sudor", rugió el presidente: el país no
puede gastar "cientos y miles de millones de dólares" en importar
alimentos que se pueden producir.
Lamentablemente, no
fueron estas las lecciones transmitidas a los gobernantes Hugo Chávez y Nicolás
Maduro, en Venezuela, quienes se aferraron más que nunca a esas consignas aprendidas
y ahora ya desterradas, de sus mentores, cubanos. ¡Y así le va a uno de los
países más ricos del planeta! Venezuela fue un país agrícola, al igual que lo
es Cuba, además de ser inmensamente rico y petrolero; pero los dos importan más
del 80% de los alimentos que consumen. Y en noviembre, 2010, Raúl Castro,
advirtió que la revolución irá "al precipicio" si no aplica las
reformas económicas que incluyen la eliminación de 500.000 empleados estatales
en seis meses.
Pero
las mentadas reformas económicas tampoco llegaron, y Raúl Castro, en una
reunión plenaria de la Central de Trabajadores de Cuba, se excusaba afirmando: "Para
defender las medidas y explicarlas, la clase obrera tiene que tener
conocimientos y estar convencida de su importancia para la subsistencia de la
revolución, de otra manera iremos al precipicio". Muy buena estrategia,
sin duda, tirarle la responsabilidad al pueblo de las decisiones que no se
atreven a tomar sus dirigentes, como forma de excusar y blindar su
incompetencia.
¡Joder!
¡Si nos faltará seguir aprendiendo, para no seguir aplaudiendo!
Alberto
Rodríguez Genta