Permisivismo versus Autoritarismo.
Mi buena amiga y excelente profesional, la Inspectora Carmen Rondón de la Policía Municipal de Sucre, me envió un artículo que plantea el difícil papel de las relaciones familiares, y en especial la relación de los padres con sus hijos, en la medida en que el permisivismo reemplazó al autoritarismo, dando lugar a niños más “igualados”, más beligerantes y poderosos que nunca. El tema, por demás actual e interesante, me llevó a escribir algunas reflexiones, que quiero compartir con ustedes.
Permisivismo versus Autoritarismo I.
Este es el artículo que me envió la Inspectora Carmen Rondón, y cuyo autor desconozco. El título, ya que no traía ninguno, lo he elegido yo.
“Somos las primeras generaciones de padres decididos a no repetir con los hijos los errores de nuestros progenitores. Y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, somos los más dedicados y comprensivos pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia. Lo grave es que estamos lidiando con unos niños más "igualados", beligerantes y poderosos que nunca. Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro.
Así, somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres a quienes los hijos nos regañan; los últimos que le tuvimos miedo a los padres y los primeros que le tememos a los hijos; los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos nos irrespeten.
“Somos las primeras generaciones de padres decididos a no repetir con los hijos los errores de nuestros progenitores. Y en el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, somos los más dedicados y comprensivos pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia. Lo grave es que estamos lidiando con unos niños más "igualados", beligerantes y poderosos que nunca. Parece que en nuestro intento por ser los padres que quisimos tener, pasamos de un extremo al otro.
Así, somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres a quienes los hijos nos regañan; los últimos que le tuvimos miedo a los padres y los primeros que le tememos a los hijos; los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres, y los primeros que aceptamos que nuestros hijos nos irrespeten.
En la medida que el permisivismo reemplazó al autoritarismo, los términos de las relaciones familiares han cambiado en forma radical, para bien y para mal. En efecto, antes se consideraban buenos padres a aquellos cuyos hijos se comportaban bien, obedecían sus órdenes y los trataban con el debido respeto; y buenos hijos a los niños que eran formales y veneraban a sus padres. Pero en la medida en que las fronteras jerárquicas entre adultos y niños se han ido desvaneciendo, hoy los buenos padres son aquellos que logran que sus hijos los amen, aunque poco los respeten.
Y son los hijos quienes ahora esperan respeto de sus padres, entendiendo por tal que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias y su forma de actuar y de vivir. Y que además les patrocinen lo que necesitan para tal fin. Como quien dice los roles se invirtieron, y ahora son los papás quienes tienen que complacer a sus hijos para ganárselos, y no a la inversa, como en el pasado. Esto explica el esfuerzo que hacen hoy tantos papás y mamás por ser los mejores amigos y parecerles "chéveres" a sus hijos. Se ha dicho que los extremos se tocan. Y si el autoritarismo del pasado llenó a los hijos de temor hacia sus padres, la debilidad del presente los llena de miedo y menosprecio al vernos tan débiles y perdidos como ellos. Los hijos necesitan percibir que durante la niñez estamos a la cabeza de sus vidas como líderes capaces de sujetarlos cuando no se pueden contener y de guiarlos mientras no saben para dónde van.
Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga. Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque vamos adelante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad. Es así como evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastío en el que se está hundiendo una sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros ni destino”.
Permisivismo versus Autoritarismo II.
Estas son mis reflexiones, extraídas del artículo anterior.
Creo que el problema esta en que nunca debió haber autoritarismo, ni nunca debe haber permisivismo. Quizá en estos dos conceptos –mal empleados además –está la imposibilidad de crear las condiciones para el entendimiento con nuestros hijos. Se ha confundido autoritarismo con autoridad, cuando el primero no es más que un exceso de lo segundo, así como se ha confundido permisividad con tolerancia, siendo ésta última la madre de todas las virtudes, mientras que la primera una degeneración del concepto originario, que encierra una figura consistente en permitir a otros hacer aquello de que nos quejamos (Permisión). Y eso lo vemos no solamente en la relación padres e hijos, sino en cualquier relación de dependencia. Hasta en un cuerpo policial, lo que no se discute es la autoridad; pero lo que si se rechaza es el autoritarismo.
No es tanto que los “términos” para las relaciones familiares hayan cambiado, sino que quizá nunca se establecieron buenos, maduros, y duraderos fundamentos, que sustentaran unas buenas relaciones sociales. Lo que sin duda ha cambiado es el entorno; el medio ambiente en que debemos criar a nuestros hijos y los ejemplos que atentan contra los principios y valores que teníamos establecidos. Y esto nos ha puesto a prueba. Contra esos anti-valores, lo que corresponde es ser firmes con nuestro ejemplo. Aquellos que pretenden inculcar conductas a través del autoritarismo y el miedo, solo logran formar seres atemorizados, inseguros, frustrados, rebeldes, e intolerantes. Que luego serán los hijos de la droga y de la delincuencia. Quienes mantienen una sana, ejemplar, y creíble autoridad ante sus hijos, logran la credibilidad de éstos, y por lo tanto su respeto.
Quienes no han sabido ganarse esa autoridad, pretenden acudir al autoritarismo para marcar una superioridad que no les corresponde en la vida real. Y esto, hasta los niños lo perciben..Ejercer la autoridad es un ejercicio supremo de inteligencia, tolerancia, firmeza y respeto. El autoritarismo es el recurso de los mediocres y nunca inspirará valores en una sociedad. Los padres no podemos sucumbir al miedo de perder las cuotas de popularidad que tanto preocupa a los políticos; nuestras cuotas de aceptación se acrecientan con el tiempo y el ejemplo, mientras las de ellos duran lo que dura una elección. No se trata de ser “chéveres” con nuestros hijos, sino de mostrar empatía -tratando sinceramente de comprender sus puntos de vista -con la sabiduría necesaria para entender que muchas veces no coincidirán con los nuestros.
¿Cómo pretender que un niño o un joven tenga nuestro nivel de raciocinio adquirido con muchos mas años de vivencias?
No se trata de aceptar “vivir bajo el yugo de los hijos” ni “aceptar que nos irrespeten” quienes “ahora exigen que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias y su forma de actuar y de vivir”. Creo que aquí está la confusión. Siempre han debido tener esos derechos. Lo que debemos hacerles entender, es que ellos, a su vez, deben respetar los nuestros. Si logramos esto, no habrán yugos, ni irrespetos, ni sumisiones para ninguna de las partes: es lo que se llama la relación Ganar-Ganar!
Intentémoslo: si lo tomamos como un ejercicio de tolerancia, poniendo a prueba nuestra inteligencia emocional, estoy seguro que seremos verdaderos líderes en la orientación de unos hijos que esperan de nuestro ejemplo, los principios y valores bajo los cuales convivir, sintiéndose dignos, respetados, y respetuosos.
Argenta
Febrero, 2007
Si bien el autoritarismo aplasta, el permisivismo ahoga. Sólo una actitud firme y respetuosa les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores, porque vamos adelante liderándolos y no atrás cargándolos y rendidos a su voluntad. Es así como evitaremos que las nuevas generaciones se ahoguen en el descontrol y hastío en el que se está hundiendo una sociedad que parece ir a la deriva, sin parámetros ni destino”.
Permisivismo versus Autoritarismo II.
Estas son mis reflexiones, extraídas del artículo anterior.
Creo que el problema esta en que nunca debió haber autoritarismo, ni nunca debe haber permisivismo. Quizá en estos dos conceptos –mal empleados además –está la imposibilidad de crear las condiciones para el entendimiento con nuestros hijos. Se ha confundido autoritarismo con autoridad, cuando el primero no es más que un exceso de lo segundo, así como se ha confundido permisividad con tolerancia, siendo ésta última la madre de todas las virtudes, mientras que la primera una degeneración del concepto originario, que encierra una figura consistente en permitir a otros hacer aquello de que nos quejamos (Permisión). Y eso lo vemos no solamente en la relación padres e hijos, sino en cualquier relación de dependencia. Hasta en un cuerpo policial, lo que no se discute es la autoridad; pero lo que si se rechaza es el autoritarismo.
No es tanto que los “términos” para las relaciones familiares hayan cambiado, sino que quizá nunca se establecieron buenos, maduros, y duraderos fundamentos, que sustentaran unas buenas relaciones sociales. Lo que sin duda ha cambiado es el entorno; el medio ambiente en que debemos criar a nuestros hijos y los ejemplos que atentan contra los principios y valores que teníamos establecidos. Y esto nos ha puesto a prueba. Contra esos anti-valores, lo que corresponde es ser firmes con nuestro ejemplo. Aquellos que pretenden inculcar conductas a través del autoritarismo y el miedo, solo logran formar seres atemorizados, inseguros, frustrados, rebeldes, e intolerantes. Que luego serán los hijos de la droga y de la delincuencia. Quienes mantienen una sana, ejemplar, y creíble autoridad ante sus hijos, logran la credibilidad de éstos, y por lo tanto su respeto.
Quienes no han sabido ganarse esa autoridad, pretenden acudir al autoritarismo para marcar una superioridad que no les corresponde en la vida real. Y esto, hasta los niños lo perciben..Ejercer la autoridad es un ejercicio supremo de inteligencia, tolerancia, firmeza y respeto. El autoritarismo es el recurso de los mediocres y nunca inspirará valores en una sociedad. Los padres no podemos sucumbir al miedo de perder las cuotas de popularidad que tanto preocupa a los políticos; nuestras cuotas de aceptación se acrecientan con el tiempo y el ejemplo, mientras las de ellos duran lo que dura una elección. No se trata de ser “chéveres” con nuestros hijos, sino de mostrar empatía -tratando sinceramente de comprender sus puntos de vista -con la sabiduría necesaria para entender que muchas veces no coincidirán con los nuestros.
¿Cómo pretender que un niño o un joven tenga nuestro nivel de raciocinio adquirido con muchos mas años de vivencias?
No se trata de aceptar “vivir bajo el yugo de los hijos” ni “aceptar que nos irrespeten” quienes “ahora exigen que les respeten sus ideas, sus gustos, sus apetencias y su forma de actuar y de vivir”. Creo que aquí está la confusión. Siempre han debido tener esos derechos. Lo que debemos hacerles entender, es que ellos, a su vez, deben respetar los nuestros. Si logramos esto, no habrán yugos, ni irrespetos, ni sumisiones para ninguna de las partes: es lo que se llama la relación Ganar-Ganar!
Intentémoslo: si lo tomamos como un ejercicio de tolerancia, poniendo a prueba nuestra inteligencia emocional, estoy seguro que seremos verdaderos líderes en la orientación de unos hijos que esperan de nuestro ejemplo, los principios y valores bajo los cuales convivir, sintiéndose dignos, respetados, y respetuosos.
Argenta
Febrero, 2007