Chile y Nietszche; entre los apolíneos y los dionisíacos..
Un nuevo y crucial desafío interpela
hoy a nuestra realidad sudamericana. La
apuesta de Chile, un país hermano, ante la incertidumbre que significan sus
fuertemente polarizadas elecciones presidenciales. Las cuales demuestran que su
población -lamentablemente -no ha logrado aún, superar la división que dejó una
dictadura.
Los resultados
de la primera vuelta de estas elecciones, solo dejó incertidumbre, de cara a la
segunda vuelta del próximo 19 de diciembre. Y lo increíble es que, en esta
oportunidad, el electorado ha marcado un claro distanciamiento de los partidos
tradicionales. Hasta el punto en que un chileno radicado en el exterior, desde
allá, y sin siquiera venir a votar, obtuvo el voto de casi un 13% de los
electores. Bueno, recordemos que el hartazgo de los partidos tradiciones y el
surgimiento de nuevos mesías progresistas y salvadores, marcó la entrada del
nuevo siglo.
Con una muy
baja votación en general, el ultraderechista José Antonio Kast de 55 años,
obtuvo el 27,91% de los sufragios chilenos, seguido muy de cerca por Gabriel Boric,
de 35 años, cabeza de la coalición de izquierdas, con el 25,81% de las
voluntades. Pero el tercer lugar fue sorpresivo: se lo llevó Franco
Parisi, del Partido de la Gente con el 12,82% de los votos. Un candidato producto
de una campaña virtual, en el sentido más literal de la palabra, pues no pisó
terreno chileno en todo el proceso, ni participó en ningún debate: lo hizo todo
sin moverse de EEUU, país en el que reside.
¡Qué quiso
decir la gran mayoría del pueblo chileno con todo esto? Que dentro de los partidos
tradicionales no hay nadie que los convenza mayoritariamente con una propuesta
intermedia, creíble y concreta. ¡Ni demasiados conservadores ya probados, Kast
- de padre nazi, admirador de Bolsonaro y considerado un heredero de Pinochet -ni
demasiados izquierdistas radicalizados -Boric, 20 años menor, representante del
Frente Amplio y el Partido Comunista! Y por eso, muchos prefirieron al no
residente Parisi.
Me pongo en el
lugar de los chilenos y sus temores, y entiendo por qué no la tienen nada
fácil. ¿Volver al pinochetismo con sus brutales métodos dictatoriales que
marcaron su historia a sangre y fuego, o lanzarse a las aguas del comunismo con
todas las experiencias frustradas, vividas en países hermanos?
Y esto es lo
que ha pasado una vez más, cuando las sociedades no se ponen de acuerdo mayoritariamente
para seleccionar y designar a sus representantes políticos en base a propuestas
creíbles y argumentos razonados, basados en beneficios que lleguen a toda la
nación. Superando los mezquinos intereses ideológicos y personales, que
terminan favoreciendo a unos pocos y empobreciendo a unos muchos. Y deben tomar
decisiones entre candidatos que no merecen su total confianza, viéndose
obligados a decidir entre dos males, y actuando por impulsos emocionales,
promesas mediáticas, y titulares de prensa.
Eso pasó en
Venezuela, cuando la miopía e ineficiencia de los partidos tradicionales, en
los sucesivos gobiernos, mostraron fracasos tras fracasos, y empobrecimiento
económico y social en forma endémica. No había partidos ni soluciones
intermedias. ¿Y que opción les quedaba entonces a los venezolanos ante tremenda
decepción? Bueno, la única. Confiar en
un nuevo Mesías que tuvo el atrevimiento de desafiar el statu quo, amenazando
con un golpe de Estado al presidente, y quien, reivindicando la nacionalidad y
los valores nacionales, y los derechos de los más perjudicados, terminó
glorificado, en prisión. La vieja práctica de crear víctimas y victimarios.
Y a Chávez lo
convirtieron en víctima, encarcelado, y a los ayer beneficiados con la confianza
del pueblo, los convirtieron en victimarios despreciados. ¡Yaya! ¿Otra vez la
historia de Jesucristo? ¡Verdaderamente debería darles mucha vergüenza!
Y si; era lo
único que había, aunque pudiera significar un salto al vacío. Un Mesías venezolano
más, para después, en su momento, volver a echarlo en la hoguera. Y el nuevo
mesías se dedicó en un principio a hacer lo que había que hacer (para lo cual
no se necesitaban grandes luces intelectuales) y a complacer a quienes debían
ser complacidos. Lo cual ni eran tan complicado, ya que riquezas sobraban.
¡Pero luego Chávez
repitió la historia, repartiendo las vestiduras entre los fariseos, cómplices extranjeros
ávidos deseosos y necesitados, quienes se hicieron un festín con las riquezas
de los venezolanos! Y por algo Nietszche aseguraba que “todo lo ocurrido, volverá a ocurrir“.
¿Era tan
difícil acaso darse cuenta de estas inequidades, de estas fallas sociales, de
estas imprescindibles necesidades, que han sido tan comunes dentro de nuestra
región? Y es que algo similar a esto (dentro
de otra cultura) se venía incubando (mezclado con algún cuba libre) en la
realidad de nuestros hermanos chilenos, y las falencias e inequidades por tanto
tiempo postergadas en materia de educación, de salud, y tantos otros beneficios
sociales. En un país considerado exitoso por su desarrollo económico, y con
suficientes riquezas naturales como para incluirlos a todos.
¿Fueron
necesarios los exacerbados, desbordaos, y enardecidos movimientos populares
que, hartos ya de la miopía y la mezquindad de no compartir los beneficios,
quemaron y destruyeron medio país obligando a ser escuchados en una nueva
Constitución?
Por eso yo me
resisto contra la estupidez humana. Sea de ultraderecha, de ultraizquierda, o
de ultramierda. Y porque esto es una calesita de nunca acabar. Creo que los
pueblos se equivocan porque la equivocación, en democracia, es la condición
indispensable para alcanzar la madurez cívica y ciudadana. Y porque de sus
conflictos se nutre la necesidad de los cambios. Como bien lo expresaba Alvin
Toffler, el gran predictor del futuro, ya en los años ’70, y en su libro El
shock del futuro, un verdadero best seller, “El conflicto es el otro lado del cambio –no hay conflicto no hay cambio –y
no vele la pena poner atención a ninguna teoría social o de negocios que ignore
el conflicto”.
No les deseo a
mis hermanos chilenos un conflicto entre extremos de apolíneos y dionisíacos, aquellos
seres tan extremos entre la virtud y el vicio a los cuales refería Nietszche en
su libro “El nacimiento de la tragedia desde el espíritu de la música”. Pido
simplemente un entendimiento entre seres humanos tan virtuosos como voluptuosos,
desde el espíritu de una nación que necesita cambios, para seguir incluyendo y enriqueciendo
a su sociedad.
Estoy seguro
que lo van a lograr. ¡Viva Chile, mierda!
Alberto Rodríguez Genta
argentaster@gmail.com