Cuando los niños no pueden ser niños.
¿Es posible que exista un niño que no quiera vivir como niño? Para contestarlo, deberíamos hacernos las siguientes preguntas: ¿Cuántos de nuestros niños siguen siendo víctimas de una orfandad social, familiar, comunitaria, que les impide desarrollar sus propias defensas emocionales y racionales frente a los peligros de una sociedad demasiado individualista, egoísta, absorbida por intereses y necesidades creadas por un consumismo acelerado que a su vez, nos impide a los mayores, dedicarles cada día el tiempo indispensable para hacerles sentir cuánto los amamos, cuánto nos importan, y cuánto somos capaces de protegerlos?. Porque eso es lo que los hijos esperan de sus padres, en cualquier especie del reino animal.
Hablándoles, escuchándolos, compartiendo caricias,
abrazos, besos y sonrisas, aclarando las dudas e interrogantes existenciales
que ellos no pueden entender, y mucho menos asimilar. ¡Cuánta necesidad tienen
esas pequeñas almas de que nos transformemos en sus héroes favoritos reales,
madres y padres, capaces de emular a sus héroes de fantasía, salidos de los
libros de cuentos, o películas, y hacerles sentir cuánta importancia
representan ellos para nosotros! Y cuánto y porqué -a su vez -ellos son los
héroes que alegran nuestras vidas.
Y porque a esas edades tan tempranas,
precisamente, es donde se graban las experiencias y circunstancias del
crecimiento, que luego determinarán los valores que incorporarán a sus vidas.
¡Cuánto ellos necesitan de nosotros, y cuánto nosotros necesitamos de ellos,
para desarrollarnos como sociedad y prosperar como nación!
Cuando un niño no puede ser niño.
El video circuló tan rápido como la
indignación al ver en los noticieros de la TV, durante abril de 2021, a un niño
de 11 años, armado, junto a dos mayores, cometer una rapiña. Que más tarde
serían dos. Afortunadamente, en tiempo récord la Policía reunió información, y
fue atando los cabos sueltos hasta identificarlo. Su madre, sabiendo que lo
buscaban intensamente, lo llevó a la base de la Zona Operacional III de la Jefatura
de Policía de Montevideo para que, luego, un juez de Familia decidiera
sobre su destino: otra vez al Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay
(INAU).
Los periodistas del diario El País, Guillermo
Lorenzo y Paula Barquet, resumen muy acertadamente la situación: “Once años
de vida le alcanzaron para unos cuantos tropezones. En su compleja trayectoria
caracterizada por una fragilidad familiar, la contención no fue suficiente y el
Estado falló en remediarlo, al menos por ahora. A los 11 años se dio el peor de
sus tropezones, el que lo convirtió en noticia: una rapiña a una
carnicería. Las imágenes del comercio ubicado en Cerrito de la Victoria lo muestran armado y apuntando
a una empleada para asaltar el lugar”.
“Madre desbordada, padre preso, delincuencia y
consumo: la desprotección detrás del niño que rapiñaba”, titulaba otra nota el
País. “Con sus hermanas robó una boca de droga y consumían durante horas. Su
madre pidió ayuda al INAU, que solicitó la internación urgente. Duró solo dos
meses. Al regresar a su casa, todo empeoró”.
Ahora, el magistrado letrado de Familia
Especializado de 6º Turno, Juvenal Javier, definió, además de su internación en
un hogar de amparo, que realice un tratamiento para atender su consumo
problemático de drogas. A su vez,
determinó que el INAU tome contacto con los abuelos maternos del niño para
determinar si podrían hacerse cargo de él. Por su parte el presidente del INAU,
Pablo Abdala dijo: “El juez habló de la presencia de sus abuelos e iremos
por ahí. Iremos a buscar el apoyo familiar en los abuelos de este niño. Debe
poder reinsertarse en un contexto familiar y comunitario”.
Y yo me pregunto y les pregunto a ustedes:
¿Después de las relaciones familiares y comunitarias relatadas, es posible que
a través de los abuelos pueda reinsertarse en un contexto familiar y
comunitario? ¡Me parece un disparate! Si esos abuelos, a esta altura de la
degradación social de “J”, no tuvieron ninguna incidencia, aún para apoyar a su
hija, la madre del onceañero; ¿no es esta simplemente una forma legal e
institucional de evadir una responsabilidad social que no condice con la
verdadera realidad y profundidad del problema?
¿Reinsertarse en un contexto familiar que no
existe ni se ha manifestado como tal, en su interrelación social? Se me ocurre
que, una vez más, corremos la arruga para no involucrarnos demasiado, en un
tema profundo, y que necesita demasiados esfuerzos por parte del Estado.
Uruguay sigue teniendo un debe profundo, pese a lo mucho que se ha avanzado, en
atacar desde sus orígenes las problemáticas de esos niños, hijos de la
delincuencia, que luego será muy difícil enfrentar en sus consecuencias.
Cuando
los niños no quieren vivir.
¿Es posible que exista un niño que no quiera
vivir? El titular, ya de por sí, suena aterrador: “Niño de 11 años se suicidó “como regalo de Día de la Madre”. Según un texto publicado en El Diario de
Nueva York, (Peter Kuper, Estados
Unidos, 1958) el 17 de Mayo 2017, un niño de 11 años, presuntamente en México,
se quitó la vida el Día de la Madre, y según reza una carta de despedida, para
que su progenitora fuera feliz.
“En este día de las madres, solo quiero que te
sientas la mujer más feliz del mundo. Además, tú me decías a diario que tu
felicidad se fue cuando yo nací. Pues fui la causa de que mi papá se marchara
de la casa”.
Y continúa: “Hoy
quiero remediar las cosas y que hagas de cuenta que nunca nací. Me dijiste que
nunca me mirarías con amor, pero yo siempre te admiré y te vi como la mejor de
las madres”.
Y así termina la
carta: “Espero algún día te acuerdes de mí y en el cielo por fin me abraces.
Creo que el mejor regalo que te pueda dar en este día es que yo me quite la
vida. Pues siempre me decías que ojalá y nunca hubiera nacido. Pues hoy quiero
hacerte la mujer más feliz del mundo. Te quiero mucho mami, feliz día de las
madres”.
Según los limitados
reportes sobre el caso, la madre huyó ante el temor de ser culpada por los
hechos. Se desconoce a dónde o si las autoridades han dado con su paradero.
Pero es que,
revisando Internet sobre el tema, nos encontramos con unos significativos y
variados ejemplos del imperdonable descuido que ejercemos sobre nuestros niños.
Según el diario digital EL ESPAÑOL, 16 marzo, 2021, Un niño de once
años falleció la pasada madrugada en un hospital de París,
donde fue ingresado en estado grave tras saltar por la ventana de su
habitación, en la que dejó una carta de disculpa por haber acosado a un
compañero de clase, informaron medios franceses.
Y una broma de mal gusto tuvo sus
consecuencias fatales en Michigan, Estados Unidos, por la cual el niño Tysen
Benz, de 11 años de edad, se ahorca, después de que su novia fingiera su propio
suicidio. Mientras que en Nápoles, Italia, un niño de 10 años, se suicida
lanzándose de un piso 11. Abrió la ventana de su casa, trepó por la barandilla
del balcón y se dejó caer al vacío en medio de la noche. "Mamá, papá te
quiero pero tengo que seguir al hombre de la capucha", fue el último
mensaje que dejó en su pequeña habitación. El hombre con capucha negra y
apariencia benévola es protagonista de un juego llamado "Jonathan
Galindo", iniciado en las redes sociales, y que solicita amistad eligiendo
casi siempre a menores, dando desafíos a sus seguidores.
Hay muchísimos casos más, pero me voy a
detener sólo en éstos para dar una idea de la fragilidad existencial de
nuestros niños y jóvenes, por falta de una contención familiar y social capaz
de vigilar y estar atentas a estas amenazas sociales. Algunas que incluso nos
amenazan a nosotros, los mayores, quienes nos creemos inmunes contra individuos
de nuestra misma especie, que aprovechan nuestros descuidos para confundirnos,
utilizarnos para sus miserables planes diabólicos, o simplemente para estafarnos.
Alberto Rodríguez Genta
argentaster@gmail.com
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