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Monday, March 22, 2021

Kant, la ilustración y los desilustrados.


Sean los orientales tan ilustrados como valientes”,  fue el santo y seña que desde un pobre campamento en Purificación, donde todo faltaba,  José Gervasio Artigas, Jefe de los Orientales y máximo prócer de Uruguay y también en la Argentina, ordenó al cura  Larrañaga la creación de la biblioteca pública uruguaya. Y es que Artigas visualizó con claridad la fortaleza de una nación, que no radicaba solo en el coraje y las armas, sino en la educación y la cultura. La ilustración, pues.

"Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza", afirmaba en el mismo sentido Simón Bolívar, el otro gran Libertador. Y por ello es muy útil repasar los aportes a la ilustración de Immanuel Kant, (1724-1804) el gran filósofo prusiano, el primero y más representante del criticismo, y considerado como uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal. Kant comienza con una definición directa de Ilustración: “es la salida del hombre de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable. ... “Atrévete a saber”, desafía Kant; “Ten el valor de servirte de tu propio entendimiento”. Pero advierte que no es fácil: la cobardía y la pereza nos mantienen en la minoría de edad.

Los pensadores de la Ilustración sostenían que el conocimiento humano podía combatir la ignorancia, la superstición y la tiranía para construir un mundo mejor. Y la Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos científicos, económicos, políticos y sociales de la época, siendo uno de los más dramáticos, la Revolución francesa. Y es que se le denominó de este modo por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la ignorancia de la humanidad, mediante las luces del conocimiento y la razón.

 Pero hoy, en pleno siglo XXI, por cuándo y cuánto, tanto hemos invocado la decisoria influencia de la “sociedad del conocimiento”, referida al tipo de sociedad que se necesita para competir y tener éxito frente a los cambios económicos y políticos del mundo moderno, me atemoriza la falta de ilustración, tanto de algunos personajes que se postulan para gobernar nuestros destinos, como la de quienes los elegimos.

Por ejemplo, gente que usa su poder de manipulación para enamorar a aquellos (inocentes o inconscientes) electores emocionales, violentos y resentidos, siempre inconformes con la realidad que a tantos otros les ha costado construir. Gente que ve y concibe el mundo únicamente a través de sus mezquinas conveniencias, más que convicciones. Y electores a los cuales parecería no importarles nada la ilustración, la cultura, la idoneidad, y la preparación, de quienes deben liderar los procesos de cambio para mejorar su calidad de vida, hoy tan urgentes como exigentes. Gente a la cual, por comodidad, por cobardía o por pereza, al decir de Kant, no les interesa analizar los alcances de las propuestas, para formar su opinión.

Gente anestesiada y adormecida por las ofertas banales de unos medios de comunicación, cuyo negocio en nada coincide con los valores y principios que forjan la identidad de una nación. Gente, incluso ilustrada, porque han tenido acceso a una educación, pero no la ejercen para formar su opinión. Gente de un nuevo mundo que se limita e invita, a la comodidad del no pensar, ni cuestionar. Gente alumbrada y deslumbrada por la pantalla televisiva, que cada día se adapta más a sus patrones de cultura con programas pensados para quien no lee, no entiende, no piensa, no analiza, ni le interesa analizar. La gente que le interesa a la televisión.

Que quiere simplemente que la diviertan, la entretengan, o la distraigan, aunque sea con los crímenes más violentos, con los programas y personajes más repetitivos, o con los más mediocres chismes propios o extranjeros. Todo superficial, frívolo, banal, elemental, primario, para poder disfrutarlos sin ejercitar el propio pensamiento.  Y como que todos los esfuerzos van en camino de satisfacer estas mayorías, a las cuales para nada les interesa aquello de “ten el valor de servirte de tu propio entendimiento”, al cual aludía Kant.

“Es, pues difícil, para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad, convertida casi en segunda naturaleza. Le ha cobrado afición y se siente realmente incapaz de servirse de su propia razón, porque nunca se le permitió intentar la aventura.Ignacio González Barbero, Kant y Schiller) Por esta razón, pocos son los que, con su propio esfuerzo de espíritu, han logrado superar esa incapacidad y proseguir, sin embargo, con paso firme”.

“El sabio puede cambiar de opinión; el necio nunca”, afirmaba Kant, como corolario de las capacidades de los hombres ilustrados. Y he aquí pues, el resultado de tantos fracasos en la elección de nuestras autoridades. Porque, aunque la mayoría quiere cambios, nadie quiere cambiar de opinión.  Y aunque pretenden ser ilustrados, proceden como desilustrados. Y esto es lo que produce fenómenos como los Castro en Cuba y los Chávez y Maduro en Venezuela, pero también los Trump en EE.UU., y los Bolsonaro en Brasil. Personajes equivocados según el diario del lunes, pero que por algo fueron elegidos el fin de semana pasado. Y ahora, nuevamente rechazados.

Claro; no es tan fácil juzgar sin haber estado en la piel del otro; y fundamentalmente, en sus necesidades, sueños y esperanzas, circunstanciales. Y repito, “circunstanciales”. En todo caso, deberíamos recordar siempre lo que nos advertía el Mahatma Gandhi. “Si hay un idiota en el poder, es porque quienes lo votaron se sienten bien representados”. Y es que nadie nos puede negar el derecho a sentirnos representados, ilusionados, y hasta decepcionados, en este ejercicio diario de la existencia y la supervivencia humana.

¿Acaso hay un mejor ejemplo dentro de este universo de preferencias emocionales y personales que el ser adherente a un club de fútbol, y que aún cuando pierda buena parte de los campeonatos, ligas y competencias, sigue logrando nuestra adherencia personal?  ¿Será nuestro derecho a una cuota de masoquismo individual?

Conclusión: Por suerte para quienes han aprendido el lucrativo y pervertido arte de la manipulación humana, somos producto de nuestra primitiva desilustración, de “la (no) salida del hombre de su minoría de edad, de la cual él mismo es culpable” al decir de Kant. Aunque nadie puede advertirnos sobre los límites de esa salida de la minoría de edad intelectual, porque nadie puede predecir el mundo cambiante que aún no conocemos, y al cual tendremos que adaptarnos.

¡Bienvenidos pues al permanente cambio, que nos asegura que -para bien o para mal -nunca el presente, podrá impedirnos el futuro!


Alberto Rodríguez Genta 

argentaster@gmail.com

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