¿Qué les pasa, hermanos argentinos?
Soy uruguayo; tengo excelentes amigos y algunos familiares en la hermosa República Argentina. ¿No tengo acaso derecho a expresar, desde mi país, lo que creo, responsablemente, una opinión que, aunque en una milmillonésima posibilidad, pueda aportar algo, simplemente algo, a ese conflicto existencial expresado en torpes políticas económicas, financieras, y sociales, que desde hace demasiado tiempo ya, están denigrando y empobreciendo a ese país hermano, hermoso, productivo, y sobre todo, muy humano?
Si alguien me quiere putear, que me putee, si alguien me quiere negar, que
me niegue, si alguien me quiere odiar, que me odie; pero conste que será si no
tienen mejores argumentos para contrarrestarme, y, fundamentalmente para desacreditarme,
por intentar, modestamente, aportar algo por el cariño que les tengo. No soy un
analista internacional de prestigio, ni un representante de altos organismos internacionales
que deciden el bien y el mal, según nuestras conductas y necesidades. Tampoco
uno de estos nuevos izquierdistas que han proliferado, diciendo ser peronistas.
Soy un simple ciudadano, como cualquiera de ustedes. Y ojalá los que me
lean sean simplemente aquellos ciudadanos de a pie, como se dice, y no los que
siempre tienen el sartén por el mango. Y que son los que han protagonizado la
gran vergüenza, que ha metido a la Argentina en este fango. SI, perdónenme;
pero sus representantes políticos no han sido lo que se esperaba de ellos. ¡Y
ustedes lo saben mejor que yo!
¿Van a seguir eligiendo a aquellos que por más tiempo más los han engañado?
Yo no soy quien para atreverme a decirles lo que tienen que hacer. Simplemente,
y como hermano, les pido que esta vez, más que con la emoción, piensen con la
razón. Promesas y engaños, hubieron demasiadas. Y decepciones también. Sigo
atentamente lo que pasa entre ustedes, como ustedes siguen lo que pasa entre nosotros.
Hemos tenido diferencias, algunas veces muy duras para nosotros, pero nos hemos
respetado.
Y los tiempos nos han dado la razón. Hoy recibimos a muchos de ustedes para
convivir entre nosotros, con lo mejor que pueden y saben hacer. Y lo
agradecemos. Lo mismo que ustedes recibieron a tantos de los nuestros, y les
ofrecieron una vida mejor. Y también lo agradecemos.
Fíjense en los hechos, los números, y los resultados. Analícenlos en los
tiempos, y saquen sus conclusiones. Como hicimos nosotros. Recuerden aquella tonta, pero ilustrativa reflexión,
referida a los supuestos beneficios a otorgar a los pueblos; “En lugar de regalarles
un pescado, enséñenles a pescar”. Porque así podrán ser dueños de su futuro, independientemente
de quien, a través de sus regalos, los quieran dominar.
Está bien; es cierto; no he escuchado últimamente, y cuando más se
necesita, un solo político, ni un solo planteo, que ponga sobre la mesa una
propuesta creíble que pueda integrar a los argentinos todos, como tal, más allá
de pretender mantenerlos, una vez más, en las mismas cuevas, y con los mismos
argumentos con los cuales los han decepcionado.
Y si; es cierto; los pueblos se equivocan cuando no tienen verdaderas
opciones para elegir. Pero entonces no son los pueblos los culpables del fracaso,
sino aquellos a quienes les dieron su confianza. Ustedes están, cerca ya, de nuevas elecciones que, esta vez, más que
nunca, pueden determinar su futuro. Porque ya la arruga se estiró demasiado. Les
deseo suerte; mucha suerte. Porque la necesitan, más allá, incluso, de sus
decisiones. Más allá de sus emocionales emociones, y sus racionales razones. Ya
no hay tiempos para nuevas, y gratuitas, equivocaciones. Los quiero, de verdad,
y les envío un muy fuerte abrazo de hermano.
Alberto Rodríguez Genta
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