Cuando un amigo se va…
“Cuando un amigo se va -dice la hermosa
canción que canta Alberto Cortez, “queda
un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”. Y claro
que no; porque cada amigo es un amigo único, por las razones que hicieron que
fuera nuestro amigo. Y hoy me van a permitir, que dentro de tantos mensajes
bonitos para desearnos sentimientos de
amistad, yo quiero y necesito recordar a mis amigos que se han ido. Y es que
hoy, precisamente hoy, martes 17, de madrugada, se fue otro de mis grandes
amigos.
Se fue por las
mismas razones que casi me fui yo, hace
cinco años atrás; por fumarme unos cigarros tanto años, que sin darme cuenta,
me dieron tantas satisfacciones, como daños.
Y se me fue el flaco Jorge
Haralambides; amigo como pueden haber pocos; tan bueno para los demás, como
malo para sí mismo. Brillante dibujante ilustrador, encargado de la imprenta de la ALALC en Uruguay, allá por los ´70, y
más tarde Vicepresidente de Arte, en las agencias de publicidad más importantes
de Venezuela. Con quien disfruté de su
amistad, cuando lo invité a vivir conmigo, tras su separación familiar, en mi
apartamento de Bv. España y 21 de Septiembre, antes de irse al país petrolero.
Y
luego me lo encontré cuando yo también me fui a Venezuela, en los años ’90 -perseguido
por las brutales inflaciones y el cierre de empresas clientes mías - en Uruguay. Y allá trabajamos juntos elaborando exitosas
campañas publicitarias que luego ¡algún
cliente quiso comprar directamente, al margen de la agencia promotora! ¿Te
acordás, Jorge, que no lo permitimos? Y cuando aún perduran en la web sus
magníficas ilustraciones para el famoso y reconocido suplemento humorístico “El
Camaleón”. Esperame por allá, amigo, con alguna petaquita Black& White, que
hay mucho para conversar!
Y como no
recordar a otro de mis grandes amigos idos, como el “Pocho”, Carlos Viera, de
Minas, donde nacimos, y con el cual tantos kilómetros recorrimos,
acompañándonos de una casa a otra, luego de finalizar las clases en escuela
primaria. ¿Y cómo olvidar a sus padres que -andando yo medio guacho y sin los
míos, por puteríos familiares -me quisieron tanto como a sus propios hijos? ¿Y
te acordás, negro, cuando nuestra
maestra Tita Buenafama inventó aquel cuadro de representación del juramento de
los 33 orientales en el Teatro Lavalleja, y yo hice de Lavalleja y vos, de
Oribe..? Y poco después de regresar de
Venezuela, y habernos tomado unos tragos y haber disfrutado con tu siempre
enamorada Momy, de tu hermoso apartamento en la Rambla de Pocitos, me informan durante un viaje a nuestra
querida Minas, que un puto cáncer te arrebató de mi amistad en menos de seis
meses…!
¡Y ni siquiera fumabas! No hay derecho..! Y esto no lo puedo resolver
haciendo manifestaciones por 18 de julio desde el Obelisco a la Intendencia..!
Porque es parte de la puta vida, y de la puta existencia! Pero no te preocupes;
nos volveremos a encontrar aunque esta vez tenga que subir un poco más alto que
al Cerro Filarmónica, donde tanto compartimos!
Como tampoco podré
olvidarme, pasen los años que pasen, y los que me queden vivos, de mi gran maestro Tito (Donato) Di Fede, el
mejor Director de Arte publicitario de
Uruguay, quien luego de trabajar sus ocho horas en una de las más reconocidas
agencias del medio, venía a tomarse unas
grapas conmigo en el viejo café Artigas, de Andes y Colonia, cuando yo salía de la OPYPA, a media cuadra, y me alimentó la
idea de crear Dimensión Publicitaria. “Vos
tenés una virginidad creativa que puede llegar muy lejos dentro de tanta
chatura” -me decía. Y yo me atreví a
renunciar a mi empleo presupuestado en
el Ministerio de Ganadería y Agricultura, para ser un emprendedor
publicista.
¡Y qué bien nos
fue, Tito, mientras duró! Hasta que se vino la mierda de las crisis bancarias y
los robos y las estafas, y el país se pudríó, y yo no pude aguantar la mecha de
tanta mediocridad política que me desfinanció! ¡Carajo; y yo amaba lo que hacía,
tanto como vos! Pero me tuve que ir a Venezuela, y a mi regreso, luego de
dieciocho años, cuando llamé esperanzado a tu casa para saber de vos, tu esposa
Marta me preguntó: “Te enteraste que Tito
falleció..? Si; fue un cáncer.
Vos decías que yo era muy bueno como creativo; pero sin vos, aquello no hubiera
sido! Y me quedé sin darte mi último abrazo.
Y para
finalizar, dentro de este apretado resúmen, quiero enviarle un gran recuerdo y
un enorme abrazo a mi querido amigo, el flaco Fernando Félix, integrante de las
tertulias de mi -hasta ahora -nunca publicado libro “Cuentos desde el sótano”,
y en cuyo negocio de venta de pollos y huevos, y quesos y vinos traídos desde
Colonia, en el sótano de la calle Cerrito, disfrutamos de las mejores
guitarreadas y recitados del folklore y la poesía uruguayos, preparando unos
ensopados de película los sábados al mediodía, compartidos con inolvidables
seres masculinos y femeninos.
¿Te acordás,
Flaco, de aquellas letras de las cuales
nunca nos acordábamos del todo y dejábamos a medio camino, disfrutando de un
generoso vino tinto y entre el cacarear y el olor a mierda de las gallinas
enjauladas? ¡Mi Dios, aquello sí era disfrutar entre amigos! Y después la seguíamos
en tu apartamento de la calle Zabala, con Chichito, o nos íbamos de noche a
piropear bellezas en aquellas cuadras de dieciocho, frente a la plaza El
Entrevero. Nunca nos entablaron una denuncia por acoso sexual; ni siquiera nos
puteaban. Se reían, y les gustaba! ¡Otros tiempos!
O nos íbamos a
las vinerías, en la calle Soriano, u
otras en la ciudad vieja, cantando y recitando versos, porque no habían
televisores, ni celulares, ni Whatsapp, ni pendejadas modernas. Y después vos
también te fuiste a Venezuela, y Chichito a Canadá, cuando yo empecé una
familia, con hijos, pero sin mis amigos. Y
allá también nos reencontramos con tu hermosa familia; con la linda
vasca Luchi Calzado, y tus dos hijos. Y también un puto cáncer esperó a que yo me fuera de Venezuela, para llevarte a
desde dónde no se vuelve. ¡Aunque te aviso que, de todas formas, ahí también te
voy a ir a visitar! Y a lo mejor hasta me quedo…
“Cuando un amigo se va, queda un tizón
encendido, que no se puede apagar
ni con las aguas de un río”, dice Alberto Cortéz. Y es así.
Por
eso, con el perdón de mis amigos físicamente vivos, yo quiero brindar hoy, especialmente, por mis
amigos queridos que ya se han ido, y que nunca los olvido! Amigos de siempre, y
para siempre. ¡Salud, y abrazos!
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