Argentina: una gran oportunidad.
Argentina está perdiendo la oportunidad de hacer de un tonto conlicto interno, un éxito que le permita brillar con luz propia en el gran escenario internacional. Como resultado, los perros de la guerra -o sea todos aquellos que esperan agazapados para sacar una mordida de cualquier conflicto aún por más intrascendente - se están haciendo una fiesta. El motivo es tan tonto como trascendente, de acuerdo a los ojos de quien y cómo lo quieran mirar, y sobre todo, de quien lo quiera entender. Tonto, por cuanto, en definitiva, ninguna de las dos partes tiene intereses encontrados en el fin último por el cual se produce este conflicto. Trascendente, en todo caso, por la relevancia de los objetivos de ese fin que se persigue.
La presidenta argentina Cristina Fernández quiere cancelar unas viejas cuentas que enturbian el panorama de la credibilidad de la nación ante quienes –sin poner en juego el cuándo y el por qué –en su momento apostaron sus dólares a la credibilidad del país. Y que son quienes, en esos momentos delos cuales nadie está libre, representan la posibilidad de volver a tenerlos si se los necesita. El Presidente del Banco Central de la República Argentina Martín Redrado, a su vez, y estoy seguro de ello por tratarse de un economista reconocido, aceptado y respetado por el mundillo de las finanzas internacionales, tiene tanto interés como la presidenta en que esas deudas se paguen. ¿Dónde está pues el problema si el objetivo es el mismo? Pues en lo que siempre nos friega la vida –en especial -a los latinoamericanos: el cómo.
El cómo hacerlo respetando la constitucionalidad y las leyes, y a su vez, a quienes estando en los cargos institucionales, son responsables de que se mantenga ese respeto institucional. En este marco, y dentro de las alternativas de que dispone la nación argentina, la presidenta ha preferido acudir a un par de decretos especiales encuadrados dentro de las facultades que le brinda la Constitución (el artículo 99 que permite que el Poder Ejecutivo haga uso de decretos de necesidad y urgencia en carácter excepcional), para tomar los proventos de un fondo creado especialmente por uno de esos decretos, y que faculta garantizar el pago de deuda externa con reservas del Banco Central. Y aquí sucedió lo que era previsible que podía suceder en un país en donde, por suerte, todavía no se acatan las resoluciones presidenciales aplaudiendo como focas lo que –aún con las mejores intenciones –debe contemplar el respeto a un orden institucional.
El Sr. Martín Redrado, sintiendo vulnerados sus derechos, sintió que de hecho le estaban invadiendo el rancho, sin siquiera preguntarle si prefería que entraran por la puerta, por las ventanas, o por el techo. Y se sintió en la obligación y en la responsabilidad de defender la autonomía de una institución que, por algo se decidió también en la Constitución, que fuera autónoma. De lo contrario ¿para qué el mismo equipo gobernante lo instaló allí? ¿Para obedecer órdenes como un soldado? ¿O para gestionar el desempeño de una de las instituciones más emblemáticas del país? Indudablemente, el Sr. Redrado también dispone de los derechos que la Constitución pone al servicio de la Institución cuyo desempeño le fuera encomendado. Y por ello, se resistió a acatar la norma.
Que la presidenta argentina tiene sus atribuciones constitucionales? Nadie se lo duda ni pone en discusión. ¿Que su intención era y es, algo altamente positivo para la imagen /credibilidad de la nación? Tampoco. ¿Qué este tipo de decisiones, inteligentemente administradas, puedan darle a la Argentina enormes réditos ante los inversores nacionales e internacionales que son los que le están cambiando la historia, tanto al mas gigante delos países como China, hasta el mas pequeño, como su vecino, el Uruguay? Tampoco hay dudas. Personalmente, opino que el hecho en sí es un maravilloso desafío de alta institucionalidad, en un país que forma parte de una región que ha mostrado enormes fracasos, precisamente, por la debilidad de sus Instituciones. Argentina tiene aquí una enorme oportunidad para demostrar que los intereses nacionales están por encima de caprichos autoritarios y apetencias sectoriales, resolviendo sus diferencias en el respeto a las normas constitucionales que rigen la vida de la nación.
Si yo estuviera en el lugar de la presidenta argentina (cosa imposible ya que además de ser uruguayo no reúno ni sus cualidades físicas ni intelectuales) llamo a una conferencia de prensa junto al Señor Redrado, al Vicepresidente de la República y al del Congreso, y al Ministro de Economía, y le explico bien clarito a la gran nación de San Martín: ”Señores: Colorin colorado, este cuentito se ha terminado. Agradezco al Presidente del Banco Central de la Nación Argentina, Señor Martín Redrado, por haber cumplido celosamente con la responsabilidad que le encomienda la Constitución, y para la cual lo hemos designado, al frente de una de nuestras principales Instituciones de la Argentina. Quizá en el convencimiento de hacer un bien a la nación, cometimos un error de procedimiento al no consultar a quienes, en definitiva, persiguen los mismos objetivos que nosotros. El objetivo nacional, de todas formas, lo vamos a cumplir; y para ello, consultaremos al propio Señor Redrado y a los demás miembros del equipo económico para identificar los fondos con los cuales vamos a honrar nuestros compromisos. Por suerte, la Argentina dispone hoy de los medios suficientes para demostrarle al mundo entero que somos serios, responsables, y, fundamentalmente, tan celosos en el cumplimiento de nuestras obligaciones como respetuosos de nuestras Instituciones. (Buenos días, buenas tardes, o buenas noches). (Ustedes no se imaginan cuánto les gusta a los pueblos que cada tanto, sus gobernantes pidan perdón por los errores..!)
Uno a cero. Y la presidenta liquida el partido. La misma jueza que ayer le cobró un penal por la falta a Redrado que lo separó del Banco Central, restituyéndolo en el cargo, tendrá que reconocer el espíritu deportivo de acatamiento a las reglas, y guardarse el pito. De lo contrario va a ser un partido monótono, tedioso, aburrido, y simplemente algo más de lo mismo en la escena regional, con muchos perros ladrando y muchos jueces pitando. Y una vez más, un desgaste innecesario para una nación que no lo merece. Hace bien poco en Venezuela, en un triste ejercicio de su autoridad, el Presidente Chávez mandó a encarcelar a una jueza por emitir una sentencia contraria a su capricho personal. Argentina no se merece seguir estos ejemplos.
Un conflicto que no es tal.
Quien ocupa las más altas responsabilidades de una nación, no puede aparecer guerreando públicamente con sus colaboradores y servidores subalternos, en rencillas tribales que ponen en riesgo la credibilidad y la institucionalidad del país. Porque con ello mella la autoestima y la confianza de sus subordinados, convirtiéndolos en simples adulantes sin dignidad ni respeto. Yo apuesto a los argentinos. Y creo que tanto la presidenta Cristina Fernández en su serio afán de devolverle credibilidad a la nación honrando sus compromisos, como el celoso guardián del Banco Central, Martín Redrado, exigiendo que se respeten normas constitucionales que dan garantías a la Institución, tienen entre manos un conflicto que no es tal. Sería maravilloso que la presidenta argentina pudiera leer, entender, y aplicar estos conceptos.
En el artículo anterior, en este mismo blog: “Negociación infinita; prueba de inteligencia” cito unas palabras del presidente recientemente electo del Uruguay, José Mujica, quien, más allá de haber pretendido tomar la justicia por sus manos con un grupo de guerrilleros tupamaros, hace treinta y nueve años atrás, hoy manifiesta la intención de representar a su país ante los conflictos, aplicando el concepto de “negociación infinita”. Los años de lucha, y sin duda también los de cárcel, le han dado al viejo guerrillero la sabiduría de la más grande de las universidades: la vida. Lamentablemente, en el entorno de estas controversias, en lugar de aparecer líderes mediadores capaces de encender –aún a su propio riesgo -la luz que haga posible la visibilidad donde no la hay, aparecen los jinetes de las sombras dispuestos a cabalgar los beneficios del chismorroteo, que solo producen radicalización, intolerancia y división entre la sociedad. Alguien siempre gana con esto: pero el país, siempre pierde!
Argenta, enero, 2009
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