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Sunday, January 16, 2022

 Entre pestes y pandemias, Uruguay salva el puchero.


Recordaba hace unos días con unos amigos, que esta peste del COVID me hace recordar una experiencia vivida en 1971, cuando, trabajando en el Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca de Uruguay, nos invadió una peste de enorme poder de propagación que amenazó con diezmar -en no más de quince días -la mayor parte de la producción avícola de Uruguay.

La temible y agresiva peste, mucho más letal que esta mariconería del Omicron y toda su apestosa familia del coronavirus, se llama Newcastle, y es el mayor azote de los gallineros del mundo entero. La enfermedad de Newcastle “es una infección altamente contagiosa y con frecuencia severa que existe en todo el mundo y afecta a las aves, incluidas las aves de corral domésticas. Es altamente patógena y dado su veloz poder de propagación puede diezmar poblaciones avícolas en pocos días”.

En aquellos momentos yo estaba contratado por el Ministerio de Ganadería, para coordinar y ejecutar un préstamo de EE.UU., bajo la “Alianza para el Progreso” (USAID) instaurada por el presidente Kennedy, destinado a equipar el funcionamiento de las distintas Direcciones del Ministerio, y el cual se hallaba inoperativo desde hacía unos dos años atrás, debido a la burocracia gubernamental uruguaya. Aún siendo muy necesario y reclamado por las Direcciones operativas del Ministerio.

Lo cierto es que, en su momento, me llaman desde las alturas ministeriales  para que recibiera a una delegación de avicultores, quienes, enormemente preocupados, me informaron que a causa de una infección del virus de la enfermedad  Newcastle ya se estaba perdiendo cerca de un 35% de la producción avícola, y que si no lográbamos obtener, en menos de quince días, una partida de 1 millón de dosis  de vacunas a virus “muerto” del laboratorio Salsbury, de Iowa, EE. UU., nos quedábamos sin gallinas.  La propagación del virus de la enfermedad era tan veloz como la del Omicron, de hoy, pero tremendamente más letal.

-Señores; ¿antes de quince días? ¿Tienen ustedes una idea de la burocracia que significa gestionar a una solicitud como ésta en Uruguay? -fue lo primero que se me ocurrió decirles, impactado por la gravedad de la situación. Como fuera, lo cierto es que no había lugar para imposibles ni para indecisiones. Todas las expectativas estaban puestas en que se pudiera gestionar el embarque de las vacunas a través del préstamo AID, (528-L-021), y por medio de la embajada norteamericana avalando la operación, ante la imposibilidad de cumplir en tiempo y forma con los trámites normales.

Normalmente, luego de recibir la solicitud formal de los productores debíamos coordinar con la oficina del oficial de préstamos en la embajada de EE.UU. en Uruguay, comprobar si estaba en la lista de artículos “elegibles”, gestionar además un preventivo de divisas ante el Ministerio de Economía y Finanzas, abrir una carta de crédito por medio del BROU (Banco de la República de Uruguay), notificar a su vez al Banco Central, etc. etc.

Pero, además, atender un detalle no menor: ponernos en comunicación con el Laboratorio Salsbury en Iowa, EE. UU., para asegurarnos de que no estuvieran de licencia, y que su vez dispusieran de stock de las vacunas, y la posibilidad de un embarque aéreo urgente, aún sin recibir el pago correspondiente. ¡Nada fácil! Máxime, además, y para completar el panorama,  cuando en plena arremetida Tupamara, habían secuestrado al Ingeniero Agrónomo Claude Fly, un simpático viejito norteamericano, que también venía como asesor para la Dirección de suelos, bajo el programa de la USAID.

Pero como siempre sostuve que era mejor cultivar relaciones confiables que enemistades irreconciliables, contaba con un as a favor, y era el hecho de una muy buena relación laboral con el joven oficial de préstamos de la embajada norteamericana en Uruguay: Tom Potter, durante casi un año y medio en el cual pudimos concretar varias adquisiciones imprescindibles para las distintas direcciones del Ministerio, lo cual, sin duda, también beneficiaba su responsabilidad ante su gobierno. Y a él me dirigí, con el desafío de solicitarle establecer desde su oficina, en la Embajada, el “comando”, que significaba, además del contacto con el Laboratorio Salsbury y las averiguaciones correspondientes, el hecho de gestionar una compra urgente, sin ningún tipo de trámite ni garantías, más que mi palabra.

 Por mi parte, había demostrado ser un funcionario responsable y eficiente, ganándome la confianza de ambos gobiernos; tanto del uruguayo, como la del país otorgante del préstamo.  

Confieso que también debí responder a algunas advertencias de posibles represalias y requerimientos internos, por estar favoreciendo los intereses norteamericanos, ante los cuales simplemente respondí: “No soy político ni me interesa serlo. Si hoy los gringos nos brindan una oportunidad de adelantar tecnológicamente un 100% la labor de nuestros compatriotas al servicio de la principal producción nacional, yo cumplo con mi responsabilidad, y bienvenida sea. Si mañana hay que putearlos, los putearemos”.

Para finalizar, les aclaro que gracias a la buena relación y a la buena voluntad de mi amigo el gringuito Tom Potter, tuvimos la suerte de que el Laboratorio Salsbury estuviera operativo y dispusiera de las dosis de vacunas necesarias. También, de que el gobierno norteamericano no objetara por motivos políticos la operación. Y logramos que las vacunas llegaran al país por línea aérea Pan Am, ¡a los 12 días! de haberlas solicitado, y si haber adelantado ni un dólar de pago.

¡Salvamos las gallinas del Uruguay, me decían luego unos compañeros! Si, y las salvamos de la misma forma que hoy, ante esta nueva pandemia del COVID, en base a nuestra credibilidad y confianza como nación, conseguimos las dosis suficientes de los laboratorios más confiables y en los momentos necesarios para que la peste nos se nos fuera de las manos, y salvar a la gran mayoría de los uruguayos. Mérito, sin duda, de una correcta gestión por parte del actual gobierno. Pero que sin duda no hubiera sido tan posible, si el anterior no le hubiera dejado un sistema de salud modernizado, organizado, y envidiablemente inclusivo, que evitara una crisis social de muy alto riesgo. 

Y bueno; es lo que nos salva a los uruguayos y lo que nos admiran desde el extranjero: ¡cuando las papas se nos queman, nos ponemos todos el delantal del Estado, para salvar el puchero! Con ollas populares, subsidios por desempleo, ayudas familiares, y una excelente campaña de vacunación, fuimos y somos un ejemplo de responsabilidad social para con nuestros compatriotas. (Y aún vacunando, como muestra de solidaridad, a los turistas extranjeros).

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