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Location: Cordón, Montevideo, Uruguay

Wednesday, September 24, 2025

 A nuestros hermanos cubanos…


Cada día son más los inmigrantes que llegan a nuestro pequeño paisito, Uruguay. El crecimiento de la población inmigrante se ha impulsado principalmente por llegadas de Venezuela y Cuba. ¡Bienvenidos! Nosotros no los humillamos, no los apresamos, no los vejamos, no los deportamos, porque somos un país de migrantes e inmigrantes. Y lo reconocemos, y lo aceptamos. Nuestra sociedad uruguaya le debe mucho a aquellos inmigrantes que llegaron a nuestro país, mayormente en barcos, muchos con tan solo una modesta maleta de viaje, y muy poco sustento personal.

Porque el trabajo, el esfuerzo, el sacrificio, las privaciones, y la dedicación y convicción para empezar una nueva vida, les dio su premio; su merecido premio. Ahorrando mucho, y privándose de mucho, trajeron al resto de sus familias. El trabajo, lo puede todo, y nos dignifica a todos.

Es difícil, sino imposible, ver en nuestras calles indigentes españoles, venezolanos, o cubanos. Los indigentes son nuestros; son uruguayos. Y son un debe de nuestra sociedad. Los migrantes uruguayos, a su vez, que siempre los ha habido, los hay, y sin duda los habrá, van en busca de mejores condiciones de vida; para conocer otras realidades, para enriquecerse con otras culturas y conocimientos. Nuestro país es pequeño, y a pesar de los enormes avances tecnológicos para el aprendizaje, y la preparación personal, tiene sus limitaciones respecto a los más desarrollados.

Pero Uruguay premia el esfuerzo y el trabajo personal. Tanto de los connacionales, como de quienes deciden vivir entre nosotros, aportando su lucha, para mejorar entre todos. ¡Y les damos a los inmigrantes, las mismas dignas condiciones de vida, que a nosotros mismos! Por ello me dan pena (por no decir bronca) las estúpidas decisiones del inmaduro presidente de los Estados Unidos (¡otro país hecho en base a inmigrantes!) destratando, persiguiendo, humillando por igual, a inmigrantes esforzados que contribuyen a la sociedad, por el solo hecho de ser inmigrantes, en un furor nacionalista circense, para captar las simpatías de su grupo de radicales.

Como también, a su vez, me da mucha pena (o bronca) el ya legendario y permanente estado de empobrecimiento de la sociedad cubana, en manos de unos inútiles, representantes de un régimen ideológico, que ha perpetuado un modelo socioeconómico fracasado y comprobado, por el sólo hecho de mantenerse en el poder -gracias a la limosna y las dadivas de países más desarrollados - a los cuales les sirve el mantenerlos invalidados en sus derechos soberanos.

Cuba es una bella isla, pero un país que no produce nada. Es un Estado fallido. Ni produce, ni permite producir a sus habitantes, interviniendo en el lógico proceso de aportes y beneficios al resto de la sociedad. Parecería que el concepto fuera: “yo no produzco nada, pero tú tampoco; yo no me enriquezco, pero tú, menos. ¡Vaya! Y entonces; ¿de qué vivimos? Pues vivimos de las regalías y dadivas que nos proporciona nuestra ideología, apoyados por quienes, con muchísimos más recursos que nosotros, repudian a otro país que también tiene también muchos más recursos que nosotros. Es una guerra entre ellos. Los perdedores son los cubanos.

¿Y nosotros que? Se preguntan hoy muchos de ellos: Cómo simples ciudadanos que hemos celebrado y aceptado, ese intento de ejemplo de dignidad para el resto del mundo ¿por qué seguimos empobreciéndonos, y no disfrutando nada de aquellas maravillosas promesas revolucionarias? ¿Por qué nuestros profesionales son enviados a otros países, como si fueran meretrices, trabajando para un Estado explotador, que se queda con los mayores beneficios, sin mejorar en nada las condiciones de vida de nuestras familias, y nuestros hermanos? 

O sea; más allá del que el Estado no se hace cargo de nada; tenemos peor sistema de salud con hospitales pauperizados; no tenemos medicamentos al servicio de los más necesitados; nuestros techos y edificios se caen a pedazos, por deteriorados; no tenemos servicio estable de energía, ni para nuestros hogares ni para nuestros pequeñísimos emprendimientos comerciales; no tenemos suficientes alimentos ni para surtir esa mísera canasta básica, condicionada por una vergonzosa libreta de racionamiento; no tenemos derecho a elegir lo que queremos comer, ni con lo que queremos alimentar a nuestros hijos; no tenemos un buen mínimo transporte, porque a su vez, no tenemos combustible para sustentarlo; ya ni el turismo nos regala nada, y lo peor de todo; ¡no tenemos libertad, ni para trabajar, ni para expresarnos, exigiendo lo que como ciudadanos nos corresponde!  ¿Qué somos entonces, frente al resto del mundo?

¿Unos robots creados con inteligencia natural, negando -incluso -a la inteligencia artificial, que responde con las experiencias, conocimientos, y vivencias, de la humanidad en su conjunto?   No lo entiendo; porque esto de que un país se mantenga -no en base a lo que produzcan sus ciudadanos (lo más elemental) -sino por las ayudas de beneficencia, es como una especie de apoyo a la indigencia nacional, alimentada por la dádiva de unos hermanos ideológicos que se aprovechan de nuestro “estado de necesidad”.

"No venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad", afirmaba nuestro prócer, José Gervasio Artigas, expresando su firme compromiso de no permitir que los recursos y la tierra de las y los orientales, fueran vendidos o cedidos debido a la necesidad, o la presión económica. En Uruguay, los inmigrantes son bienvenidos. No los vamos a perseguir, ni a humillar, ni los vamos a confinar en unas miserables carpas en un"Alligator Alcatraz”, cercados y atemorizados por los caimanes, la brutalidad y la indignidad. Simplemente los recibimos, aceptamos, e incluimos, con el único compromiso, de que sean buenos ciudadanos.    

 

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