A nuestros hermanos cubanos…
Cada día son más los inmigrantes que llegan a nuestro pequeño paisito, Uruguay. El crecimiento de la población inmigrante se ha impulsado principalmente por llegadas de Venezuela y Cuba. ¡Bienvenidos! Nosotros no los humillamos, no los apresamos, no los vejamos, no los deportamos, porque somos un país de migrantes e inmigrantes. Y lo reconocemos, y lo aceptamos. Nuestra sociedad uruguaya le debe mucho a aquellos inmigrantes que llegaron a nuestro país, mayormente en barcos, muchos con tan solo una modesta maleta de viaje, y muy poco sustento personal.
Porque el trabajo, el esfuerzo, el
sacrificio, las privaciones, y la dedicación y convicción para empezar una
nueva vida, les dio su premio; su merecido premio. Ahorrando mucho, y
privándose de mucho, trajeron al resto de sus familias. El trabajo, lo puede
todo, y nos dignifica a todos.
Es difícil, sino imposible, ver en
nuestras calles indigentes españoles, venezolanos, o cubanos. Los indigentes
son nuestros; son uruguayos. Y son un debe de nuestra sociedad. Los migrantes
uruguayos, a su vez, que siempre los ha habido, los hay, y sin duda los habrá,
van en busca de mejores condiciones de vida; para conocer otras realidades, para
enriquecerse con otras culturas y conocimientos. Nuestro país es pequeño, y a
pesar de los enormes avances tecnológicos para el aprendizaje, y la preparación
personal, tiene sus limitaciones respecto a los más desarrollados.
Pero Uruguay premia el esfuerzo y el
trabajo personal. Tanto de los connacionales, como de quienes deciden vivir
entre nosotros, aportando su lucha, para mejorar entre todos. ¡Y les damos a
los inmigrantes, las mismas dignas condiciones de vida, que a nosotros mismos!
Por ello me dan pena (por no decir bronca) las estúpidas decisiones del
inmaduro presidente de los Estados Unidos (¡otro país hecho en base a
inmigrantes!) destratando, persiguiendo, humillando por igual, a
inmigrantes esforzados que contribuyen a la sociedad, por el solo hecho de ser
inmigrantes, en un furor nacionalista circense, para captar las simpatías de su
grupo de radicales.
Como también, a su vez, me da mucha
pena (o bronca) el ya legendario y permanente estado de empobrecimiento de la
sociedad cubana, en manos de unos inútiles, representantes de un régimen
ideológico, que ha perpetuado un modelo socioeconómico fracasado y comprobado,
por el sólo hecho de mantenerse en el poder -gracias a la limosna y las dadivas
de países más desarrollados - a los cuales les sirve el mantenerlos invalidados
en sus derechos soberanos.
Cuba es una bella isla, pero un país que no produce nada. Es un Estado fallido. Ni produce, ni permite producir a sus habitantes, interviniendo en el lógico proceso de aportes y beneficios al resto de la sociedad. Parecería que el concepto fuera: “yo no produzco nada, pero tú tampoco; yo no me enriquezco, pero tú, menos. ¡Vaya! Y entonces; ¿de qué vivimos? Pues vivimos de las regalías y dadivas que nos proporciona nuestra ideología, apoyados por quienes, con muchísimos más recursos que nosotros, repudian a otro país que también tiene también muchos más recursos que nosotros. Es una guerra entre ellos. Los perdedores son los cubanos.
¿Y nosotros que? Se preguntan hoy
muchos de ellos: Cómo simples ciudadanos que hemos celebrado y aceptado, ese
intento de ejemplo de dignidad para el resto del mundo ¿por qué seguimos
empobreciéndonos, y no disfrutando nada de aquellas maravillosas promesas revolucionarias?
¿Por qué nuestros profesionales son enviados a otros países, como si fueran
meretrices, trabajando para un Estado explotador, que se queda con los mayores
beneficios, sin mejorar en nada las condiciones de vida de nuestras familias, y
nuestros hermanos?
O sea; más allá del que el Estado no
se hace cargo de nada; tenemos peor sistema de salud con hospitales
pauperizados; no tenemos medicamentos al servicio de los más necesitados;
nuestros techos y edificios se caen a pedazos, por deteriorados; no tenemos
servicio estable de energía, ni para nuestros hogares ni para nuestros
pequeñísimos emprendimientos comerciales; no tenemos suficientes alimentos ni
para surtir esa mísera canasta básica, condicionada por una vergonzosa libreta
de racionamiento; no tenemos derecho a elegir lo que queremos comer, ni con lo
que queremos alimentar a nuestros hijos; no tenemos un buen mínimo transporte,
porque a su vez, no tenemos combustible para sustentarlo; ya ni el turismo nos regala
nada, y lo peor de todo; ¡no tenemos libertad, ni para trabajar, ni para expresarnos,
exigiendo lo que como ciudadanos nos corresponde! ¿Qué somos entonces, frente al resto del
mundo?
¿Unos robots creados con
inteligencia natural, negando -incluso -a la inteligencia artificial, que
responde con las experiencias, conocimientos, y vivencias, de la humanidad en
su conjunto? No lo entiendo; porque esto de que un país se
mantenga -no en base a lo que produzcan sus ciudadanos (lo más elemental) -sino
por las ayudas de beneficencia, es como una especie de apoyo a la indigencia
nacional, alimentada por la dádiva de unos hermanos ideológicos que se
aprovechan de nuestro “estado de necesidad”.
"No
venderé el rico patrimonio de los orientales al vil precio de la necesidad",
afirmaba nuestro prócer, José Gervasio Artigas, expresando su firme compromiso
de no permitir que los recursos y la tierra de las y los orientales, fueran
vendidos o cedidos debido a la necesidad, o la presión económica. En
Uruguay, los inmigrantes son bienvenidos. No los vamos a perseguir, ni a
humillar, ni los vamos a confinar en unas miserables carpas en un"Alligator Alcatraz”, cercados
y atemorizados por los caimanes, la brutalidad y la indignidad. Simplemente los
recibimos, aceptamos, e incluimos, con el único compromiso, de que sean buenos
ciudadanos.
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