¿Al mundo le falta un tornillo?
A veces, entre tanta y cuanta conflictividad humana creciente, uno recurre a evocar aquellos conceptos tan simples, populares, y existenciales, de nuestra cultura popular, buscando encontrar respuestas más específicas, que científicas. Porque si bien la conflictividad humana ha sido siempre una constante, y pese a ella, o a través de ella, la humanidad ha avanzado tanto, logrando impensadas creaciones tecnológicas, revolucionarias investigaciones científicas, inapreciables medicamentos, avances para mejorar la salud humana, una cascada interminable de aplicaciones para facilitar cada día más nuestro relacionamiento, aún una parte de los habitantes de este único planeta tierra en donde vivimos los humanos (¡supuestamente sin habérselo arrebatado a nadie!) sigue empeñada en la destrucción de unos, para el enriquecimiento -y aún el lucimiento -de otros.
Y entonces, en momentos tan especialmente deshumanizantes y degradantes, se nos vienen a la memoria las letras de aquel tango argentino-uruguayo compuesto por José María Aguilar Porrás con letra de Enrique Cadícamo en 1932, “Al mundo le falta un tornillo”, cuyos versos aluden a la crisis de la década de 1930, con un formato de canción de protesta mezclada con la ineludible apelación al lunfardo: “Todo el mundo está en la estufa, triste, amargao y sin garufa, melancólico y cortao”.
Y si; no hay duda de que hay razones para que una buena parte de nuestros convivientes vivan en un mundo triste, amargados, desesperanzados, brutalmente relegados, y atrozmente cortados. A nivel mundial, hay más de 120 millones de personas desplazadas por la fuerza, incluyendo tanto refugiados como desplazados internos, según datos de ACNUR a finales de 2024. Pobre gente, y pobre humanidad; teniendo en cuenta que se invierten tantos miles de millones de dólares en guerras genocidas, asesinas, y degradantes, humanamente.
Y lo más triste es, como sigue aclarando el tango, que: “El ladrón es hoy decente, a la fuerza se ha hecho gente, ya no encuentra a quién robar, y el honrao se ha vuelto chorro porque en su fiebre de ahorro, él se "afana" por guardar”.
Y bueno, pero es que si en países como Estados Unidos, Argentina, o aún Brasil, se sigue admirando y venerando, a los dirigentes políticos que más han defraudado, burlado, estafado, engañado, y atentado contra la constitución y las leyes, de sus países (Trump, Kirchner, Bolsonaro, como los más emblemáticos, ) la verdad, creo que sí; ¡que al mundo le falta un tornillo! O más de uno. Y suplicaremos, como en las letras del tango: “Que venga un mecánico, pa’ver si lo puede arreglar”.
El nacionalista Trump, el del “Make América Great Again”, acusado en vergonzantes episodios de promover ataques al congreso de la nación, intentando desconocer los resultados de las elecciones presidenciales, y condenado a pagar millones de dólares por fraude al Estado de Nueva York, es una de las primeras imágenes de ese mundo raro, difícil de entender entre humanos. ¡Y fue electo por segunda vez, presidente de los poderosos Estados Unidos de Norteamérica, con gran porcentaje de aprobación -aún dentro de los sectores populares!
En Argentina, a su vez, los Kirchner -convertidos en los nuevos peronistas - robándole las banderas al modelo del populista General Juan Domingo Perón, hicieron de las últimas décadas los ejemplos más descarados de corrupción, engaños, mentiras, y enriquecimiento personal. Al punto tal que la Corte Suprema de Justicia de Argentina confirmó la condena a 6 años de prisión y la inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos de la expresidenta -y luego vicepresidenta -Cristina Fernández de Kirchner, por el delito de administración fraudulenta en perjuicio del Estado.
Lástima, porque significó un nuevo espejismo a través de algunos beneficios sociales, que luego se diluyeron en su sustentabilidad, produciendo más pobres, más inflación, más empleo informal, y encubriendo una red de corrupción, con enriquecimiento familiar. ¡Décadas perdidas para el crecimiento y enriquecimiento del grande y rico pueblo argentino, que dejaron cifras deplorables en pobreza, endeudamiento, inflación (el castigo de los pobres) y una deplorable imagen política y social!
Y hoy, la expresidenta está condenada y presa, con tobillera incluída, en su propio hogar, por respeto a su mayoría de edad.
En nuestra hermana Brasil, a su vez, la Corte Suprema decidirá a partir del 2 de septiembre si el expresidente Jair Bolsonaro es culpable de haber tramado un golpe de Estado contra el mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, lo que podría llevarlo a la cárcel (15.08.2025). El fallo de los magistrados concluirá un proceso penal iniciado en marzo, contra el exmandatario (2019-2022) por supuestamente haber intentado impedir la asunción de Lula, luego de que este lo derrotara en las elecciones de 2022. Y al igual que Trump, arengó a lo más salvaje y radical de sus seguidores a tomar la sede del gobierno, destrozando todo lo que se pudiera, para que la sociedad se pudriera, y se confundiera.
Por algo Trump, hoy trata de intervenir y castigar con sus caramelos arancelarios, al país norteño que soberanamente, decide hacer justicia por sus propias leyes y valores. (¡Una payasada norteamericana!) ¡Y sin embargo, Bolsonaro sigue teniendo cientos de miles de simpatizantes, que se reúsan a creer en lo que ven sus ojos, y escuchan sus oídos!
Y es que entonces deberíamos preguntarnos; ¿por qué, si estos personajes han demostrado ser nuestro mayor engaño, nuestro fracaso como sociedad democrática, socioeconómica, y la representación de los antivalores que no permiten unirnos en nuestra existencialidad, los seguimos reverenciando, votando, y destacando, pese a sus implacables ejemplos de incompetencia y mediocridad? Sin duda sigue existiendo -aunque tantas veces repetido -el fenómeno humano entre la emocionalidad y la racionalidad. No razonamos, simplemente votamos. Y en ese grande pero a su vez pequeño acto -de no más de tres minutos -de meter una boleta en una urna, decidimos las experiencias que nos hayan tocado como nación, y lo que deseamos como aspiración.
Lo lamentable, es que confundimos nuestros legítimos reclamos racionales, con una simple manifestación emocional de nuestros sentimientos y resentimientos personales, sin considerar sus consecuencias para el resto de la sociedad. Y así, no va. Aquí nos falta un tornillo. No va a ser fácil lo del mecánico especializado que pueda ajustar algún tornillo en este mundo tan desajustado; pero siempre habrá que confiar en algún Mesías creado, que venga a tomar la posta de Jesucristo y sus discípulos. Jesucristo, por lo pronto, ya afirmó -ante quienes quisieran escucharlo y postularlo –¡que no vuelve ni resucitado!
Nuestros actuales líderes políticos y sus promesas de recetas mágicas de bienestar, están desgastados, agotados, y hasta ridiculizados. Confiemos pues, en las nuevas generaciones; quizá por ahí puedan venir los mecánicos capaces de identificar los tornillos que nos falta ajustar.
Amen.
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