No llores
por mí Argentina..
Y nuevamente crece el interés de los hermanos argentinos
por información sobre las
condiciones para vivir y trabajar en
Uruguay. Como causas, mencionan
el derrumbe económico de su país,
las restricciones cambiarias, los cambios impositivos, el default
de la deuda, y la incertidumbre sobre cómo
se saldrá de la cuarentena y
cómo se recuperará la economía pos pandemia, entre otras. ¡Vaya! Son
varias, y todas pesadas.
Y ¿por qué
Uruguay? Un país pequeño, con un mercado pequeño, que no tiene riquezas
naturales más allá de sus generosas tierras y sus hermosas playas, y su devenir
pausado por el mundo. Sin duda que la proximidad geográfica y la similitud cultural
mucho influyen. Pero también se destacan las certezas jurídicas que
brinda el país; la institucionalidad,
y el otorgamiento de beneficios
fiscales para quienes deciden radicarse. A ésto se le suman, una buena calidad de vida, y una
mayor estabilidad. Y ésto es lo que cosecha un país frente al mundo,
simplemente por el hecho de ser “serio”, y gestionar eficientemente sus
recursos.
Mientras que
Argentina parecería ser el país que aún cree en los “almuerzos gratis”, al
decir de Milton Friedman, con un estado sin
limitaciones y con recursos infinitos, y que
aún cuando tiene muchos, no sabe ni le interesa utilizarlos seriamente. O
sea, no le importa mayormente. Porque a sus gobernantes hace mucho tiempo ya
que nos les importa la realidad que hay que enfrentar para volver a ser lo que
en algún momento fue, y más que nada, lo que por vergüenza podría y debería
ser: un líder en la Sudamérica. Pero Argentina parecería haber adoptado desde
hace mucho tiempo ya, el engaño de los almuerzos gratos. Y digo el engaño,
fundamentalmente para el pueblo, porque sus referentes políticos y
sindicalistas nunca dejaron de disfrutar de suculentos almuerzos a costa del
empobrecimiento de la nación.
Y es que estos
“fenómenos” argentinos, han dado el mal ejemplo en todo; en corrupción, en
falta de seriedad, en un sistema de justicia muy poco confiable, en el
incumplimiento de sus obligaciones con los organismos financieros y demás
acreedores, en la formulación de políticas destinadas siempre a “correr la
arruga”, y nunca a enfrentar, fomentar e incentivar la inversión y el trabajo,
como forma genuina de generación de
ingresos. Porque si no hay inversiones no hay trabajo, y no hay empleos, ni hay ingresos genuinos para las familias, y
para la nación.
Por el
contrario, en Argentina se castiga al inversor, y para nada se favorece la
inversión. Por ejemplo: Argentina está entre los países del mundo que
más presiona fiscalmente al campo y más desalienta las exportaciones. En
un artículo de Infobae de marzo, 2020, se aclara que “Desde 2002,
el campo y la agroindustria aportaron USD 100.000 millones por el concepto de “retenciones”.
¡Un impuesto prácticamente único en el mundo! Pero además, los productores del
agro pagan muchos más y hacen que el Estado se quede, en promedio, con el 77% del ingreso generado por el
sector, y con el 23% restante el productor debe pagar todos los costos de
producción, además de volver a invertir y vivir”.
Aún así, no falta quien tenga el tupé de
responsabilizar de la crisis, al campo, y algún imbecilito nacido de los
discursos populistas (y sólo de los discursos) que ha llegado incluso a
afirmar “si no barremos definitivamente
con estos parásitos, nunca vamos a tener dignidad”. ¡Y hay gente que se lo
cree! Como si estos parásitos que viven del discurso fácil, aportaran algo.
Contradictoriamente, esos USD 100.000 que la
Argentina ha recauda sólo por retenciones, ¡es
el endeudamiento que hoy tiene el país con sus creedores internacionales!
¿Y dónde están las obras y los servicios que en todo ese tiempo hayan mejorado
la calidad de vida de sus habitantes, más allá de las que -macando un
precedente histórico - dejó en apenas los cuatro años anteriores, la gestión de
Mauricio Macri? Alguna cloaca, alguna carretera, algún servicio?
Nadie cree en
la Argentina; ni ellos mismos ni los de afuera. Nadie le presta a la Argentina
a no ser el FMI, y por ser socio aportante, a quien luego culparán de sus
desgracias. Nadie confía en los argentinos ni en sus posibilidades a pesar de
tener un país inmensamente rico en recursos naturales y también humanos. Lo más triste de todo ésto, es el simple
hecho de que los argentinos, que son sin duda buenos empresarios, innovadores,
emprendedores, deban estar hoy replanteándose donde asentar sus inversiones,
sus negocios, y hasta su vida familiar, en otro país. Siendo un país que lo
tiene todo, para producir, para prosperar económica y familiarmente, y para ser
felices, pero son ellos mismos su propio enemigo.
Y no es
culpable el pueblo; el pueblo vota lo que hay para votar, y dentro de ello, lo
que contemple sus necesidades. Hay quienes se preguntan ¿los pueblos se
equivocan? Bueno, si no tienen otra opción de cambio más que un obligado y
profundo cambio de paradigmas -aún cuando los nuevos paradigmas nunca aseguran
certezas a futuro -votarán el mejor engaño. Y la historia recogerá sus aciertos
o desaciertos. Porque la historia siempre espera y se hace, con la actuación de
los pueblos; pero los pueblos no pueden esperar a ser historia.
Tampoco
creo que en Argentina los responsables de este tobogán de desastres económicos,
financieros y sociales, hayan sido los
empresarios. No creo que ningún
empresario argentino sea tan estúpido como para irse a otro país teniendo una
población de 43 millones de habitantes y
un mercado interno más que apetecible ¿Por qué deberían preferir
invertir en un país de apenas poco más de 3 millones de habitantes, y un
mercado interno tan reducido? ! De hecho, los uruguayos hemos aprendido mucho
de los empresarios argentinos.
Pero sin duda
tampoco son tan estúpidos como para permitir que se les confisquen sus aportes,
buenos o malos, muchos o pocos, simplemente para perderlos en un vertedero de
fracasos, destinados a favorecer las ambiciones personales de los mediocres de
turno. Porque el problema no está
siquiera tanto en los abusivos o no, impuestos, retenciones, gravámenes, o lo
que sea, sino en una diabólica maquinaria política que absorbe y devora todas
las rentas, utilidades, ganancias productivas, impuestos al consumo que grava a
quienes más necesitan consumir, y todas esas maquiavélicas formas de expropiación social, sino en un
interminable juego de la “mosqueta”, en el cual es difícil encontrar el
cubo que contiene los aportes a la sociedad, de todos esas
renuncias y sacrificios económicos y
sociales. ¿Está en éste.. en aquél.. o en
el de más allá?
Sí; aunque
parezca un juego estúpido, creo -y con perdón de hermano -que los argentinos se
han jugado el país a la facilista mosqueta de “yo cobro por tus apuestas y gano siempre, aunque tú no ganes nunca,
pero te digo que sí se puede”.
“No llores por
mí, Argentina..” dice la bonita canción
que cantan la San Basilio, Nacha Guevara y hasta Madonna. Yo también te digo te digo: Mi alma está
contigo. Y te creo cuando dice “Debéis creerme, mis lujos son solamente un
disfraz, un juego burgués, nada más; las reglas del ceremonial”.
Amen.
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