Un virus nuevo, para un tema viejo.
El viejo tema
de gravar al gran capital, una vez más está sobre la mesa. Y es que una vez más, hay un factor detonante que
enciende las alarmas de la economía en todo el mundo. En esta oportunidad, se trata de la
inesperada irrupción en escena de un nuevo virus: esta vez el Covid 19. ¡Vaya
con esto de los virus..! Ya son demasiadas estas irrupciones con carácter de
pandemia que nos descalabran la economía y nos ponen a prueba de cuanta
resiliencia humana sea posible. Y es que cada 20-30 años aparece una nueva
pandemia.
Recordemos
brevemente los estragos de las pandemias más letales: Viruela, que se calcula que a lo largo de la historia
mató a más de 300 millones de personas, aparte de dejar a innumerables personas
con la piel marcada; el sarampión, que acabó con más de 200 millones; la “influenza”
A de 1918 (virus H1N1), con muertes estimadas de al menos 50 millones a nivel mundial, y
el virus del sida o VIH, que ha matado a más de 35 millones.
Pienso que ni
por asomo esta resultará tan letal. Pero
también pienso que hay un virus más
poderoso aún, y que pone a prueba la mayor o menor respuesta de cada nación
para hacer frente -tanto a estos ataques biológicos - como a las destructivas
políticas socioeconómicas con que algunos de nosotros empobrecemos a nuestras
poblaciones: el virus de la desconfianza. Y es que el virus de la desconfianza
se alimenta de la corrupción, la falta de credibilidad, la malversación de los
recursos públicos, el abuso de poder, y los engaños hacia la población; los
mayores trasmisores de la falta de confianza en una nación.
Algo que afortunadamente
no ha dañado la salud del Uruguay de las últimas décadas. Y que por el
contrario, ese imperceptible valor que significa la “confianza”, ha sido la
influencia necesaria para salvarnos de tantas “influenzas” destructivas, y se
ha vuelto parte de la mayor fortaleza y el
mayor capital que ostenta la pequeña nación sudamericana. Al punto de que,
luego de recuperar nuevamente en el año 2012 - tras diez años perdido - el “grado
inversor”, concedido por las más diabólicas agencias calificadoras de riesgo
mundiales, y sorteando, todas las pandemias
económicas producidas por agentes externos e internos, ya, en 2019, son cuatro las calificadoras que
ratificaron el grado inversor de Uruguay.
Y es que
los seres humanos y los países que conformamos, necesitamos tener y ofrecer confianza
para poder crecer, para poder evolucionar, para poder desarrollarnos. Necesitamos
confianza en nosotros mismos y en las personas que nos rodean. Y necesitamos
transmitir confianza al resto del mundo. Sin confianza no tenemos nada, ni somos nadie, y no podemos avanzar. En un
mundo de incertidumbre, en constante
cambio y evolución como el que nos toca vivir, la confianza es el recurso más
valioso para enfrentar la vida. Y para
tener y obtener confianza, tenemos que creer en nuestro potencial, en nuestra
gente, en nuestros valores.
Por eso, y por
la credibilidad que significa la confianza, Uruguay ha logrado, aún en
diferentes gobiernos con diferentes ideologías, las mejores notas y
calificaciones a nivel mundial. Y esas notas y calificaciones en confianza, son
las que nos han permitido superar - aún siendo un país tan pequeño - tantas
crisis devastadoras para otros países
inmensos, y con inmensos recursos naturales, que Uruguay no tiene. Lo increíble
de Uruguay es que produce su propia riqueza, sin depender de los favores que
pueda haberle concedido la naturaleza.
El virus de la
desconfianza ha penetrado profundamente en algunos de nuestros países hermanos,
al punto tal de paralizar las importantes decisiones que deben tomarse en estos
momentos de pandemia, frente a la necesidad de obtener recursos financieros
para hacer frente a las innumerables pérdidas económicas y sociales. En
Uruguay, el nuevo gobierno de Luis Lacalle Pou reglamentó medidas extremas
como, por ejemplo, gravar los sueldos de los funcionarios públicos y jubilados, a partir de determinados montos
superiores a 100.000 pesos mensuales.
Quince años atrás, esto hubiera dado lugar a otra de esas revoluciones ideológicas que tanto en sangre y lágrimas nos costaron a los uruguayos.
Quince años atrás, esto hubiera dado lugar a otra de esas revoluciones ideológicas que tanto en sangre y lágrimas nos costaron a los uruguayos.
Y claro que ello ha revivido el viejo dilema
de ¿Por qué no gravar más al “gran capital”, en lugar de exigir un sacrificio a
los asalariados y jubilados? Por aquello de “que aporte más el que tiene más”.
Uruguay
no escapa al fenómeno de la concentración de la riqueza en pocas manos. Mauricio
De Rosa, economista investigador del Instituto
de Economía de la Udelar, estima
según sus estudios, que más del 60% del patrimonio, de la riqueza, del
capital, están concentrados en el 10% más
rico de la población. Pero el presidente Luis Lacalle Pou ilustró
su negativa tajante a gravar el capital, en el entendido de que son las
empresas (el gran capital) quienes “van a pedalear” y “traccionar en la
economía”, para la recuperación del país.
Lo cierto es que hoy, pese a la permanente diatriba entre
gobernantes y opositores (¡bendita democracia..!) y a la reciente elección de
un nuevo gobierno por ínfimos márgenes de diferencia, los uruguayos hemos
demostrado una vez más nuestra confianza y apego a las instituciones, que respetamos las decisiones de las nuevas
autoridades, y hasta los combativos
gremios sindicales, dando muestra de gran madurez y responsabilidad, han
ayudado a mantener la paz social. Y todo
ésto ayuda a la generación de confianza, y por tanto, a la generación de
riqueza.
Por otra parte, para el director académico
del Centro de Estudios para el Desarrollo, Agustín Iturralde, “al final del día podés poner un impuesto más
o un impuesto menos, pero estás tapando partes”. Para el economista, “poner un impuestito ahora” no movería la
aguja, y además, como ya se ha dicho, también asegura que exigir recursos
económicos a las empresas significaría retraer su intención de invertir. Me
parece muy coherente.
Mientras que el director del Departamento del
Hemisferio Occidental del FMI, Alejandro Werner, se refirió a Uruguay ante
la crisis del coronavirus, afirmando: "Uruguay tiene algunas ventajas, que se espera amortigüen la caída
económica y apoyen la recuperación. Además,
la cobertura y generosidad de su sistema de protección social actúa como un
amortiguador contra el shock". "Uruguay también cuenta con grandes
proyectos de inversión extranjera directa e infraestructura ya en desarrollo,
que apoyarán la recuperación a finales de este año y en 2021. Como resultado,
se espera que el PIB real aumente en un 5% en 2021", agregó.
Y esta es otra muestra de confianza que el
país ha generado ante propios y extraños. Confianza que nos permite, a la hora
de acudir al crédito internacional, cuando sea necesario, lograr los intereses
más ventajosos y tener todas las opciones crediticias abiertas. Por algo
tenemos el ratio de “riesgo país” más bajo de la región.
Confianza que no han
logrado otros países hermanos, cuyas erráticas
políticas económicas, sus vergonzosos casos de corrupción, y sus reiterados incumplimientos en el pago
de sus obligaciones, les han quitado toda credibilidad.
¡Ese es el virus de la desconfianza!
Amen.
argentaster@gmail.com
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