Colombia,
¿no quiere la paz?
El medio informativo independiente, Other
News, se interroga: “Ganó el “NO” en
Colombia: ¿por qué y ahora qué”?. Desde Bogotá, IPS, titula: “Colombia
estupefacta por el “no” al acuerdo de paz”; The New York Times acusa: “La
victoria del NO sorprende al país sin un plan B”; y el Huffington Post ¿”Por qué Colombia ha rechazado la paz”?
Estas son solo algunas repercusiones del rechazo del pueblo colombiano al
tratado de paz firmado entre el gobierno y las FARC.
¿Fue el
acuerdo firmado entre el Presidente Santos y el representante de las FARC, un
fracaso para Colombia? ¿Defraudó a unos, y alegró a otros? ¿Se interpretó
correctamente y en su integralidad el sentir
y la expresión del pueblo Colombiano al rechazarlo votando el NO? ¿Se
podría haber intentado otro camino? ¿Se debería haber consultado antes de la
firma, al pueblo colombiano?
NO; NO; NO;
NO; Y NO. Y aunque sería muy estúpido de
mi parte arrogarme la sabiduría como para juzgar a los colombianos frente a este
trascendental, histórico, y potencial acuerdo, tanto en su firma como también
en su rechazo, me voy a permitir analizar con la mayor ecuanimidad posible, los
alcances de estos eventos.
Como primera
conclusión, es evidente que no ha habido un rechazo a la posibilidad del acuerdo ni hacia su
objetivo final, el desarme y la paz. Ni el furibundo y tóxico Uribe, que vive envenenado
con su propia bilis, ha rechazado la iniciativa. Si casi una mitad de la
población votó el SI, aún con sus discrepancias, y la otra mitad votó el NO,
pero coincidiendo todos en la necesidad de alcanzar la paz y parar la barbarie,
lo que queda en limpio es que lo que no se aceptan son las condiciones y
términos del tratado, no la posibilidad
del tratado en sí. Por lo cual la estrategia en la búsqueda del objetivo
deseado, a través de un tratado, es más
que válida.
Recordemos
que, a través del tiempo y de distintos dirigentes y mecanismos, Colombia ha
buscado con muy poco éxito simplemente “eliminar” a las FARC, utilizando la
opción armada para desarmarla. Y no ha podido hacerlo. Entonces, aquí es válida
nuevamente aquella aseveración de Einstein de que “no podrás lograr algo distinto si sigues haciendo siempre lo mismo”.
Y aún más valida aquella anécdota de sobre Abraham Lincoln, cuando en plena
guerra de secesión, uno de sus ayudantes le recrimino su actitud amistosa hacia
los enemigos en lugar de tratar de destruirlos,
y éste le respondió: "¿Acaso no destruimos a nuestros
enemigos cuando los hacemos nuestros amigos?".
El conflicto
colombiano lleva ya 52 años de sangre, dolor, y muertes, sin vías de solución
por las armas. ¿Serán necesarios otros 50 años tirando bombas en medio de la
selva y seguir incentivado el odio, el dolor, y el desgarramiento de la
sociedad?
El trabajoso
proceso de negociaciones comenzado por el Presidente Santos, entonces, era la vía más expedita no sólo para desarmar
a las FARC, sino además, para en algún momento reunificar al pueblo colombiano.
Y al decir de Lincoln, destruir a los enemigos haciéndolos amigos. Por mi
parte, estoy absolutamente seguro de que quienes redactaron este primer
acuerdo, y con condiciones demasiado benévolas para los guerrilleros, sabían
perfectamente que así, tal cual, iba a ser rechazado por la población, en caso
de un plebiscito.
Y los
colombianos, como para mí era predecible, dijeron NO; así NO! Y era lógico este
NO; puesto que se cocinaron beneficios irreconciliables con el sentir de gran
parte de la población, y sin que en el tratado
figurara, de alguna forma, la opinión de los ciudadanos. Insisto, los colombianos no rechazaron la
opción de la paz, sino la forma y las condiciones en las cuales les fue
presentada.
Yo también lo
hubiera rechazado. Porque si tratáramos de establecer una referencia con
acuerdos válidos, de este tipo, podríamos mencionar el caso de Uruguay y los
Tupamaros. De uno y otro lado hubieron muertes, y me atrevo a afirmar que de
uno y otro lado hubieron razones. La gran diferencia, y en contraste con el
tratado colombiano, es que los Tupamaros pagaron sus facturas con prisión y
torturas durante 13 o 14 años de cárcel. Y luego, con un trabajoso proceso de
inserción política, a través de figuras muy confiables para el país. Y esto fue, en definitiva, lo que les devolvió la credibilidad ante buena parte
de sus compatriotas, cuando decidieron presentarse por la puerta principal, y
bien peinados, mediante una opción cívica, política y democrática, ajustada a
la Constitución y las leyes. Cosa que, aparentemente no está contemplado en el
tratado con las FARC. ¿Impunidad, entonces? ¿Tan barato para algunos, y tan
caro para otros?
Pero también tengamos en cuenta las
aclaraciones que en un artículo del 3 de octubre de 2016, Jaime Abello Banfi, escribe en
el New York Time: “El voto adverso no
solo fue contra el acuerdo y las Farc, sino contra un presidente cuya baja
popularidad fue producida, en gran medida, por la implacable oposición
ejercida por su antecesor y transitorio aliado político. (Uribe Vélez) ”.. la guerra que se ha venido dirimiendo no es
solo contra las Farc, sino una despiadada lucha por el poder en las élites de
Colombia. ( ) ..una impresionante gesta de comunicación política que le
sirvió (a Uribe) para
reconstituir su poder político desde las redes sociales, influir en la opinión
pública, y dañar la imagen de Santos”.
Yo definiría a
Uribe como un factor tóxico y poco creíble en sus intenciones, pues en su afán
de protagonismo con su arrogancia, su prepotencia, y el apoyo exterior de los
más poderosos y violentos, nunca logró nada más allá de acrecentar los muertos
y abrir más heridas. El 1 de
marzo de 2008, y bajo la presidencia de Uribe, el ejército colombiano
ayudado estratégicamente por los servicios satelitales de Estados Unidos, atacó un campamento de las
FARC en territorio ecuatoriano, causando la muerte de 22 guerrilleros,
incluyendo el segundo comandante en rango del grupo terrorista armado, Édgar
Devia alias "Raúl Reyes", una de las cabezas logísticas del
movimiento guerrillero. Se denominó Operación Fénix; y el ataque produjo una crisis
diplomática regional por la violación colombiana de la soberanía
territorial ecuatoriana, y por la presencia ilegal de las FARC en Ecuador,
grupo considerado terrorista en Colombia.
¿Qué cortó
algunas cabezas relevantes de esa hydra policéfala y multifacética que encarna
a las FARC? Sin duda que sí; pero las FARC no se eliminaron. Y Uribe no deja de
proclamarse como el caudillo reivindicador que buscará su reelección. Demasiada
ambición de poder y deseo de perpetuarse, como para ser un referente creíble y
confiable en momentos de una decisión histórica y trascendente para la nación
colombiana.
Muchos ven
ahora este rechazo al tratado, como un fracaso; y acusan la falta de un Plan B.
Yo me atrevo a verlo como una respuesta lógica del pueblo colombiano -ya que
por primera vez se lo ha consultado sobre el tema- y un paso más hacia un
pastel que todos quieren, aunque con
ingredientes distintos. Ahora, el siguiente paso, es convencerlo de la
autenticidad de las manifestaciones, deseos, hechos, promesas y sentimientos, por igual. La credibilidad es
un hueso duro de roer! Pero a esta altura, ya todos saben que la paz únicamente
se puede lograr con un proceso en paz.
Sin bombas, sin fusiles, sin minas, y aceptando la ley como único
referente!
Volverán pues a
sentarse en las mesas de negociación, buscarán los puentes hacia el entendimiento, trabajando sobre los beneficios
comunes que les permita aceptarse
mutuamente. Y al igual que lo que pasó con los Tupamaros uruguayos, en la
medida que logren insertarse en la sociedad con su accionar cívico, pacífico y
democrático, el pueblo colombiano los irá aceptando lentamente, mientras
cicatrizan las heridas que dejarán su
marca indeleble en la piel de sus compatriotas.
Aquellos que alegremente levantaron sus cánticos al cielo, confiados en
un tratado sin pueblo, rápido y barato, deberán
entender que el perdón no siempre es posible, y la reconciliación no es
gratuita.
Amen
Nota. La madrugada del miércoles 4 de
octubre, en las redes sociales de Colombia empezó a circular un
afiche que convocaba a los ciudadanos a una marcha silenciosa, con
velas y vestidos de blanco. Aunque ni el gobierno, ni la oposición, ni las Farc, han dado
muestras de tener un plan b, la sociedad civil tuvo una respuesta concreta: más
de 30.000 personas salieron a las calles de Bogotá con velas y pancartas
mientras otros miles de ciudadanos mostraron su solidaridad desde Cali
y Cartagena, además de otras ciudades del país y del extranjero. Su
mensaje, aunque silencioso, fue elocuente e inequívoco: no más guerra.
¿Y acaso no es
esto un plan b? Sólo que esta vez, las condiciones las pone el pueblo. Y de
aquí en más, los planes c, d, y los que sean necesarios, ya no los pondrán ni
Uribe con sus caprichos, ni Santos con su candidez, ni las FARC con sus destempladas
intenciones.
Y ahora, para agregar otro
ingrediente agridulce a la torta, el presidente colombiano Juan Manuel Santos ha
sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz, por su labor para poner fin al
conflicto con el grupo guerrillero de las FARC.
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