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Thursday, October 13, 2016

Colombia, ¿no quiere la paz?

El medio informativo independiente, Other News, se interroga: “Ganó el “NO” en Colombia: ¿por qué y ahora qué”?. Desde Bogotá, IPS, titula: “Colombia estupefacta por el “no” al acuerdo de paz”; The New York Times acusa: “La victoria del NO sorprende al país sin un plan B”; y el Huffington Post ¿”Por qué Colombia ha rechazado la paz”? Estas son solo algunas repercusiones del rechazo del pueblo colombiano al tratado de paz firmado entre el gobierno y las FARC.

¿Fue el acuerdo firmado entre el Presidente Santos y el representante de las FARC, un fracaso para Colombia? ¿Defraudó a unos, y alegró a otros? ¿Se interpretó correctamente y en su integralidad el sentir  y la expresión del pueblo Colombiano al rechazarlo votando el NO? ¿Se podría haber intentado otro camino? ¿Se debería haber consultado antes de la firma, al pueblo colombiano?

NO; NO; NO; NO; Y NO.  Y aunque sería muy estúpido de mi parte arrogarme la sabiduría como para juzgar a los colombianos frente a este trascendental, histórico, y potencial acuerdo, tanto en su firma como también en su rechazo, me voy a permitir analizar con la mayor ecuanimidad posible, los alcances de estos eventos.
Como primera conclusión, es evidente que no ha habido un rechazo  a la posibilidad del acuerdo ni hacia su objetivo final, el desarme y la paz. Ni el furibundo y tóxico Uribe, que vive envenenado con su propia bilis, ha rechazado la iniciativa. Si casi una mitad de la población votó el SI, aún con sus discrepancias, y la otra mitad votó el NO, pero coincidiendo todos en la necesidad de alcanzar la paz y parar la barbarie, lo que queda en limpio es que lo que no se aceptan son las condiciones y términos del tratado, no  la posibilidad del tratado en sí. Por lo cual la estrategia en la búsqueda del objetivo deseado,  a través de un tratado, es más que válida.

Recordemos que, a través del tiempo y de distintos dirigentes y mecanismos, Colombia ha buscado con muy poco éxito simplemente “eliminar” a las FARC, utilizando la opción armada para desarmarla. Y no ha podido hacerlo. Entonces, aquí es válida nuevamente aquella aseveración de Einstein de que “no podrás lograr algo distinto si sigues haciendo siempre lo mismo”. Y aún más valida aquella anécdota de sobre Abraham Lincoln, cuando en plena guerra de secesión, uno de sus ayudantes le recrimino su actitud amistosa hacia los enemigos en lugar de tratar de destruirlos,  y éste le respondió: "¿Acaso no destruimos a nuestros enemigos cuando los hacemos nuestros amigos?".

El conflicto colombiano lleva ya 52 años de sangre, dolor, y muertes, sin vías de solución por las armas. ¿Serán necesarios otros 50 años tirando bombas en medio de la selva y seguir incentivado el odio, el dolor, y el desgarramiento de la sociedad?
El trabajoso proceso de negociaciones comenzado por el Presidente Santos, entonces,  era la vía más expedita no sólo para desarmar a las FARC, sino además, para en algún momento reunificar al pueblo colombiano. Y al decir de Lincoln, destruir a los enemigos haciéndolos amigos. Por mi parte, estoy absolutamente seguro de que quienes redactaron este primer acuerdo, y con condiciones demasiado benévolas para los guerrilleros, sabían perfectamente que así, tal cual, iba a ser rechazado por la población, en caso de un plebiscito.

Y los colombianos, como para mí era predecible, dijeron NO; así NO! Y era lógico este NO; puesto que se cocinaron beneficios irreconciliables con el sentir de gran parte de la población, y sin que en el tratado  figurara, de alguna forma, la opinión de los ciudadanos.  Insisto, los colombianos no rechazaron la opción de la paz, sino la forma y las condiciones en las cuales les fue presentada.

Yo también lo hubiera rechazado. Porque si tratáramos de establecer una referencia con acuerdos válidos, de este tipo, podríamos mencionar el caso de Uruguay y los Tupamaros. De uno y otro lado hubieron muertes, y me atrevo a afirmar que de uno y otro lado hubieron razones. La gran diferencia, y en contraste con el tratado colombiano, es que los Tupamaros pagaron sus facturas con prisión y torturas durante 13 o 14 años de cárcel. Y luego, con un trabajoso proceso de inserción política, a través de figuras muy confiables para  el país. Y esto fue, en definitiva, lo que  les devolvió la credibilidad ante buena parte de sus compatriotas, cuando decidieron presentarse por la puerta principal, y bien peinados, mediante una opción cívica, política y democrática, ajustada a la Constitución y las leyes. Cosa que, aparentemente no está contemplado en el tratado con las FARC. ¿Impunidad, entonces? ¿Tan barato para algunos, y tan caro para otros?

Pero también tengamos en cuenta las aclaraciones que en un artículo del 3 de octubre de 2016, Jaime Abello Banfi,  escribe en el New York Time: “El voto adverso no solo fue contra el acuerdo y las Farc, sino contra un presidente cuya baja popularidad fue producida, en gran medida, por la implacable oposición ejercida por su antecesor y transitorio aliado político. (Uribe Vélez) ”.. la guerra que se ha venido dirimiendo no es solo contra las Farc, sino una despiadada lucha por el poder en las élites de Colombia. ( ) ..una impresionante gesta de comunicación política que le sirvió (a Uribe) para reconstituir su poder político desde las redes sociales, influir en la opinión pública, y dañar la imagen de Santos”.

Yo definiría a Uribe como un factor tóxico y poco creíble en sus intenciones, pues en su afán de protagonismo con su arrogancia, su prepotencia, y el apoyo exterior de los más poderosos y violentos, nunca logró nada más allá de acrecentar los muertos y  abrir más heridas. El 1 de marzo de 2008, y bajo la presidencia de Uribe, el ejército colombiano ayudado estratégicamente por los servicios satelitales de  Estados Unidos, atacó un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano, causando la muerte de 22 guerrilleros, incluyendo el segundo comandante en rango del grupo terrorista armado, Édgar Devia alias "Raúl Reyes", una de las cabezas logísticas del movimiento guerrillero. Se denominó Operación Fénix;  y el ataque produjo una crisis diplomática regional por la violación colombiana de la soberanía territorial ecuatoriana, y por la presencia ilegal de las FARC en Ecuador, grupo considerado terrorista en Colombia.

¿Qué cortó algunas cabezas relevantes de esa hydra policéfala y multifacética que encarna a las FARC? Sin duda que sí; pero las FARC no se eliminaron. Y Uribe no deja de proclamarse como el caudillo reivindicador que buscará su reelección. Demasiada ambición de poder y deseo de perpetuarse, como para ser un referente creíble y confiable en momentos de una decisión histórica y trascendente para la nación colombiana.

Muchos ven ahora este rechazo al tratado, como un fracaso; y acusan la falta de un Plan B. Yo me atrevo a verlo como una respuesta lógica del pueblo colombiano -ya que por primera vez se lo ha consultado sobre el tema- y un paso más hacia un pastel que todos quieren,  aunque con ingredientes distintos. Ahora, el siguiente paso, es convencerlo de la autenticidad de las manifestaciones, deseos, hechos, promesas  y sentimientos, por igual. La credibilidad es un hueso duro de roer! Pero a esta altura, ya todos saben que la paz únicamente se puede lograr con un proceso en paz.  Sin bombas, sin fusiles, sin minas, y aceptando la ley como único referente!

Volverán pues a sentarse en las mesas de negociación, buscarán los puentes hacia el  entendimiento, trabajando sobre los beneficios comunes que les permita  aceptarse mutuamente. Y al igual que lo que pasó con los Tupamaros uruguayos, en la medida que logren insertarse en la sociedad con su accionar cívico, pacífico y democrático, el pueblo colombiano los irá aceptando lentamente, mientras cicatrizan las heridas  que dejarán su marca indeleble en la piel de sus compatriotas.  Aquellos que alegremente levantaron sus cánticos al cielo, confiados en un tratado  sin pueblo, rápido y barato, deberán entender que el perdón no siempre es posible, y la reconciliación no es gratuita.

Amen

Nota. La madrugada del miércoles 4 de octubre, en las redes sociales de Colombia empezó a circular un afiche que convocaba a los ciudadanos a una marcha silenciosa, con velas y vestidos de blanco. Aunque ni el gobierno, ni la oposición, ni las Farc, han dado muestras de tener un plan b, la sociedad civil tuvo una respuesta concreta: más de 30.000 personas salieron a las calles de Bogotá con velas y pancartas mientras otros miles de ciudadanos mostraron su solidaridad desde Cali y Cartagena, además de otras ciudades del país y del extranjero. Su mensaje, aunque silencioso, fue elocuente e inequívoco: no más guerra.

¿Y acaso no es esto un plan b? Sólo que esta vez, las condiciones las pone el pueblo. Y de aquí en más, los planes c, d, y los que sean necesarios, ya no los pondrán ni Uribe con sus caprichos, ni Santos con su candidez, ni las FARC con sus destempladas intenciones.
Y ahora, para agregar otro ingrediente agridulce a la torta, el presidente colombiano Juan Manuel Santos ha sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz, por su labor para poner fin al conflicto con el grupo guerrillero de las FARC.



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