Y le pagaron para matar gente..
“Y salimos a matar gente, se titula el libro que en 2007 publicara el sacerdote y analista social venezolano Alejandro Moreno, Universidad del Zulia, cuyo título es seguido de una precisa explicación: “Investigación sobre el delincuente venezolano violento de origen popular”. En un capítulo especial, el Padre Moreno nos habla de varias entrevistas realizadas a jóvenes de 15 años, relacionados con el delito, la muerte, y sus motivaciones. Y uno de ellos aclara y declara que ”salimos a matar gente para que nos respeten”.
Y hoy me pregunto desde Uruguay, si será el mismo fenómeno que está destruyendo nuestra sociedad.
"Aquí se caen muchos mitos -aclara el libro - Y uno es que la pobreza no tiene nada que ver con la delincuencia. Es decir, tiene que ver en cuanto a que son pobres, pero no es por pobres por lo que delinquen. ¿Por qué lo hacen? Delinquen porque quieren sobresalir, quieren adquirir lo que ellos llaman respeto. Y respeto es imposición, miedo". Para ello, y según sus testimonios, salen a matar gente.
Claro, la pobreza, en estos casos no es tanto económica, sino intelectual; que es peor que la económica; pues depende de un proceso de educación y formación humana en principios y valores, para lo cual es necesaria la gestión de quienes deben administrar los recursos de la nación. Un ser humano sin respeto a principios y valores comunes, es un peligro para la sociedad. Y para el mundo entero. Recordemos que todas las armas de destrucción humana, fueron creadas por la mente humana.
Por ejemplo; el diario El País, en su edición del 31/08/2025, nos informa que “Imputan a adolescente de 16 años por homicidio en Malvín Norte: solía juntarse con la víctima y le pagaron para matar”. Y prosigue aclarando que “el fallecido era hijo de un líder criminal de la zona que controla la venta de drogas en la zona desde hace varios años, y tenía antecedentes vinculados a estupefacientes". Los investigadores presumen que una banda rival ofreció dinero para darle muerte”, en el complejo de viviendas INVE, en Malvín Norte. El menor, de 16 años, esperará la acusación fiscal recluido en una de las instalaciones del Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente (Inisa).
Los ejemplos importados. O sea, sí, tenemos las previsiones institucionales adecuadas, para internar a estos pequeños monstruos humanos, una vez que ya cometieron sus delitos. Pero aparentemente, no las adecuadas para prevenirlos. También se aclara que fue una moto la que apareció repentinamente, y desde ella uno de sus ocupantes disparó. ¡Mi Dios! ¡Esto me hace recordar las épocas de Pablo Escobar, en Colombia, o del Chapo Guzmán, en México! ¡Pero no es en Colombia ni en México, es en Uruguay! ¿Cómo podemos haber permitido que esta brutal violencia y degradación humana haya llegado a nuestra sociedad?
La mayoría de nosotros hemos visto – y hasta disfrutado como entretenimiento -los violentos métodos de exterminación por medio de sicarios motorizados (una nueva técnica llegada a Uruguay) a través de películas como “Sicario”, y las series sobre Escobar y el Chapo.
A través de estas películas, muy premiadas por cierto en los principales festivales cinematográficos, hasta estar propuesta para un Oscar, y otras, se muestra cómo, en qué condiciones, y por qué, las mafias criminales organizadas reclutan y preparan jóvenes con expectativas inciertas, dentro de un modelo criminal que -supuestamente -puede brindarles reconocimiento social inmediato, riqueza y fortunas ilimitadas sin necesidad de gran sacrificio laboral, y satisfacciones y placeres impensados. ¡Carajo; la verdad que la oferta es interesante!
En Uruguay, mucho de esto lo aprendimos, mayormente, de los colombianos; a su vez, la explotación de los cajeros automáticos de los chilenos; a organizar grandes operativos de robos contra bancos y financieras, de los brasileros; algunas técnicas y jodas de estafas y corrupción de los argentinos; también recibimos intentos de asalto a nuestros mejores hoteles punta esteños por parte de mexicanos; y algunas otras de ese turismo no deseado que recibimos, por ser un país tan amable, y receptivo, que con mucho esfuerzo, y aprendiendo de nuestros propios errores (pagados con nuestra propia sangre) nos cobran un PIB (en este caso “Producto a la Ineficiencia Bruta”) como sociedad humana.
Entonces debemos preguntarnos: ¿es que no hemos hecho lo suficiente para evitarlo? Y en este sentido, me interesa destacar un esclarecedor artículo de Leonardo Pereyra, en El Observador; quien destalla en su artículo “La lucha contra el crimen y los sospechosos de siempre”, los respectivos esfuerzos (o por lo menos sus intenciones) a través de los últimos gobiernos, en cuanto al tema de la seguridad. “Hace ya más de diez años que la principal preocupación de los uruguayos dejó de tener relación con la marcha económica del país, con el empleo o con los salarios -nos aclara Leonardo. “El avance de la delincuencia logró que el miedo se instale en buena parte de la sociedad y que la posibilidad de ser asesinado o de ser víctima de un asalto cause más desvelos que la plata con que se llega a fin de mes”.
“Los políticos han sacado apunte sobre este cambio reflejado en las encuestas y los últimos tres gobiernos, más allá de sus diferencias ideológicas, han tratado de lograr acuerdos en temas vinculados con la inseguridad. Pero es válida la sospecha de que esta búsqueda de acuerdos tiene que ver menos con la necesidad de políticas de Estado y más con la intención de licuar responsabilidades”. ¡Genial! ¡Lo aplaudo! Porque, además, tomárselo más en serio, implicaría una revolución social impredecible, en medio de nuestra pacata, golpeada, sacrificada, y a su vez beneficiada política sobre “derechos humanos”, que no siempre responde a las expectativas de los “humanos más derechos”.
Todos nos hemos equivocado. En este sentido, las diferentes administraciones, en lugar de realizar una autocrítica de lo actuado, convocan a comisiones o mesas interpartidarias con poco y/o, ningún resultado. Recordemos que el Frente Amplio, previendo la derrota, sacrificó en su último año a un joven, y serio profesional, Gustavo Leal, quien hizo un excelente trabajo destapando maniobras delictivas y enfrentándose incluso, cara a cara, con los protagonistas del delito. Pero ya era tarde.
Más tarde lo hizo renunciar a una comisión propuesta por Lacalle, también en su último año de gobierno, avizorando que tras la invitación al diálogo se escondía un manotazo de ahogado. Y actualmente hay otra convocatoria, esta vez por parte del presidente Orsi, en el inicio de su gestión. Entonces -nos interroga Leonardo Pereyra - ¿estos diálogos son instrumentos genuinos de búsquedas de consensos o tan solo una válvula de escape de gobiernos que necesitan compartir costos políticos?, ¿se trata de gestos institucionales o de confesiones de impotencia?
Porque es evidente que, en estos supuestos diálogos, o encuentros sociales, cada quien viene con su modelito partidario, ya elaborado, para poner encima de la mesa, condicionado por intereses, conveniencias, o posiciones sectoriales. Y esto es muy grave. Y urgente. Porque más allá de un insuficiente desarrollo demográfico, estamos perdiendo la gente joven, que debería ser el principal capital de una nación.
Analicemos las implicaciones de este último macabro caso: “Se trata de un menor de 16 años, que solía juntarse con la víctima, y a quien se presume que una banda rival ofreció dinero para darle muerte. Además, el fallecido era hijo de un líder criminal que controla la venta de drogas en la zona desde hace varios años, y tenía antecedentes vinculados a estupefacientes". ¡Dios! ¿Cómo hemos llegado a todo esto, en medio de tanta información conocida, que ya presagiaba estos desenlaces?
¿Hasta cuándo bandas delincuenciales enfrentadas, y ya identificadas, se adueñan intelectualmente de nuestros jóvenes, y pagando un flaco servicio por eliminación de los hasta ayer, convivientes, se apoderan de un barrio, o una zona, para destrozar vidas jóvenes y familias, y avergonzando a la sociedad?
¿Por cuánto matan, estos jóvenes sicarios, a otros vecinos, amigos o convivientes, como para arriesgarse a terminar en una cárcel, o muertos? ¿Por un par de dólares, unos championes de marca, o unas dosis de pasta base? ¡Qué negocio tan barato y tan redituable, a su vez, para quienes los contratan!
¡Quizá deberíamos aprender de sus métodos! ¿Es más efectiva la universidad del delito que la universidad de la república, y sus miles de oportunidades laborales? Porque en Uruguay, la educación es gratuita; ¡la pagamos entre todos los habitantes, y nos produce ciudadanos que dan orgullo a la nación!
Pero esa universidad del delito, que supuestamente también es gratis, la pagamos con vidas humanas destrozadas y una sociedad avergonzada. ¿Hasta cuándo, y cómo, y por qué, la educación ciudadana está fracasando, y produciendo monstruos humanos, en lugar de ejemplares ciudadanos?
¿Se acabó el recreo? Muy atrás quedó el “se acabó el recreo”, del cabildante Guido Manini Ríos y el proyecto de reforma constitucional “Vivir Sin Miedo” que catapultó a Jorge Larrañaga hacia el Ministerio del Interior, en el gobierno de Lacalle Pou. El recreo continúa, y el miedo en las calles, también. No estoy seguro de si es un problema de más mano dura, o más mano blanda; lo cierto es que entre un 70% de reincidencia de los liberados de las cárceles, y la toma de control de los barrios por familias de delincuentes, estamos ante una permanente reproducción del delito.
Entonces, sin duda es momento de aplicar otros métodos, otros conceptos, y otra forma de gestionar nuestra seguridad. En todo caso, y ya lo alertó algún informe de la ONU, hace muchos años, la custodia penal, la reinserción social, la capacitación laboral, y el rescate de los valores sociales, de quienes cometen delitos, no pueden seguir en el mismo Ministerio del Interior, y la policía, que es quien los identifica, los apresa, los enfrenta a costa de sus vidas, y los entrega a la justicia. ¿Acaso se sentirán, unos y otros, representados ante la sociedad?
Las bajas acaecidas en esta batalla por la vida, nos muestran que para morir, no hay distinción política, económica, ni social. Y vemos también los esfuerzos de nuestros policías desmantelando bandas de maleantes, abortando secuestros, cerrando bocas de distribución de drogas, rescatando plagiados, cayéndose a tiros y muriendo ellos también en esta batalla sin cuartel y sin sentido. El tema, mucho más allá de ser un combate policial, se convierte en una guerra social. Y esta guerra social no la ganaremos solo con las armas, sino con las ideas. Necesitamos más y mejores ideas; no sólo más y mejores policías.
Pero nadie se atreve a confesar, porque recibir la carga es muy fuerte, que tenemos un problema que depende más de educación, que de justicia.
En fin; la dejo por aquí, porque el tema es muy largo...
1 Comments:
Muchas verdades. Muchas interrogantes. Necesitamos solucionar estos problemas con proyectos. Y plantearles a los gobernantes los proyectos escritos y entregarlos en mano propia. Sigan adelante...
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